La última escuadra de mi abuelo carpintero

por

José Becerra (DLS/UHS 71)



Recuerdo el fresco aroma del aserrín.

Luego de su retiro laboral temprano, debido a un infarto de miocardio, decidió sanar su corazón en aquel solitario y húmedo sótano de la casa de su hija mayor, mi tía. Lo transformó en taller para su artesanía en madera.

Mi abuelo era un hombre muy parco en palabras. Sin embargo, para quien podía descifrar el secreto de su corazón, él nunca podía contener el cariño que afluía a través de su tierna y clara mirada.

Desde temprano en mi vida me enseñaba que se aprende más observando que preguntando. Aún cuando quisiéramos hablar en el taller, el ruido de la sierra sobre la madera imponía tal disciplina de aprendiz.

Su tristeza me conmovía. Aún fuera del taller nunca le pregunté por qué se sentía triste. Me conformaba con escuchar junto a él la versión instrumental de La Traviata conducida por Andre Kostelanetz. 

Mi abuelo había perdido a su otro hijo, un condecorado militar de la Segunda Guerra Mundial. Mi tío pudo sobrevivir esa guerra pero perdió la batalla contra una enfermedad depresiva que le privó de su vida. Los nostálgicos acordes del aria Di Provenza il mar, il suol representaban el lamento de mi abuelo por el suicidio de mi tío. 

Por mucho tiempo mi padre se retiraba a llorar la muerte de su hermano mayor en cada víspera de año nuevo. Acompañé a mi padre muchos sábados de mi niñez, en la reflexión y el silencio, al cementerio Porta Coeli donde se encuentra la tumba de mi tío.

Mi padre, veterano de Corea, heredó la parquedad de mi abuelo. No recuerdo que nunca me dijera por qué ibamos tantas veces a la tumba de mi tío. Para entonces, por herencia o por costumbre, ya se me hacía fácil observar en silencio y comprender que la comunicación afectiva trasciende las palabras.

Durante mi más reciente visita a la tierra de mis raíces, me enteré que las cenizas de mi padre habían sido trasladadas al Cementerio Nacional de los Veteranos. Una vez rebasé la indignación por no haber sido informado antes, visité su tumba para reflexionar sobre el simbolismo de lo acontecido. Ese día, ante su tumba, el silencio era obligatorio. Me habían preparado bien las lecciones de mi abuelo y de mi padre.

Sabiendo que Dios obra en el mundo de manera misteriosa, me dispuse a permanecer profundamente atento a mi entorno, asumiendo la pasión investigativa del profesor Robert Langdon en el film Código Da Vinci. Conozco muy bien la misteriosa melodía que Hans Zimmer compuso para acompañar la épica novela de Dan Brown. La tarareaba una y otra en vez en mi mente mientras mi corazón quedaba serenamente expectante. 

Ese mismo día visité la tumba de mi abuelo en el cementerio donde también se encuentra la de mi tío, la cual visité posteriormente. Desde cada una intenté el contacto visual con la tumba de mi padre en el cementerio aledaño, sin éxito. Pensé entonces que era otro cabo que quedaría sin atar en mi vida.

Pero no soy persona de rendirme fácilmente. Aún después de aterrizar al otro lado del destino en la ruta de la guagua aérea, la melodía de Hans Zimmer persistía en mi memoria, recordándome una tarea por completar. Sabía que existía una clave por descubrir, una señal oculta a los ojos profanos, un símbolo que sólo yo podía discernir y que mi abuelo me había capacitado para descubrir.

Mi abuelo era ingeniero graduado de Tulane. No lo supe hasta que se ofreció a ayudarme en una tarea escolar de trigonometría en mi escuela superior. Quedé  impresionado al poder compartir con él mis conocimientos matemáticos y al escuchar sus razonamientos trigonométricos que mencionaban al sine y el cosine en inglés.  

Mi abuelo también compartía conmigo frases pitagóricas. Su favorita: Dios es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.

Mientras ponderaba esas ideas, llegó ese momento mágico, algo similar a cuando Robert Langdon rinde su orgullo académico y se arrodilla sobre la pirámide invertida del Louvre al inferir la ubicación de la tumba de María Magdalena. En mi caso, yo buscaba, sin saberlo, una circunferencia circunscrita por el triángulo configurado por tres tumbas, una circunferencia cuyo centro está "en todas partes", hasta en los cementerios. 

En una sincronicidad jungiana, yo dibujaba la hipotenusa de una escuadra escalena sobre el mapa de los cementerios el mismo día en que el Cardenal jesuita franciscano se revelaba ante el mundo como el nuevo Papa. Mi abuelo carpintero también se llamó Francisco.

Con sumo cuidado repetí con mi transportador la medición del ángulo entre los catetos. No había lugar a dudas. ¡Era un triángulo pitagórico! Mi tío servía de ángulo recto para conjugar el cateto menor de mi padre con el cateto mayor de mi abuelo, en una escuadra escalena imperfecta, imperfecta como todo reflejo de los arquetipos divinos en la Tierra. 
 

Escuadra escalena (triángulo rectángulo escaleno, en rojo) conformada por las tumbas
de mi abuelo (vértice superior), mi tío (opuesto a la hipotenusa) y mi padre
en dos cementerios contiguos. El punto medio de la hipotenusa
define el centro de una circunferencia que contiene a los tres vértices.


https://maps.google.com/maps?q=national+cemetery+bayamon+puerto+rico

Cementerio Porta Coeli (izquierda) y Cementerio Nacional de los Veteranos (derecha)
(separados por una avenida central que conduce al Colegio De La Salle)
Hato Tejas, Bayamón , Puerto Rico


Cerré mis ojos, incliné mi cabeza y brotaron bendiciones de júbilo en amoroso silencio. Dios es realmente una esfera cuyo centro está en todas partes, sin excluir a nada ni a nadie, aún a los que se apartan de la iglesia o a los que la iglesia aparta, como fue apartado mi tío por la iglesia de entonces por haber cometido la proscrita acción del suicidio.

Así descubrí la herencia simbólica que dejaba mi abuelo, al fin co-recta-mente alineado con sus amados hijos, a la vista de todos y a la vez velado a los ojos profanos, por toda la eternidad.

Ahora sí, ya pueden descansar en PAZ mi abuelo, mi tío y mi padre, en la rectitud del amor, dentro de la infinita circunferencia del Espíritu de la Paz de Dios, por los siglos de los siglos.  Amén.

 

 

2013-03-17