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Vicente Beltrán Anglada


"Que el contenido les sea útil y pueda servirles de inspiración en el intento supremo de sus respectivas búsquedas, es nuestra más humilde y sincera plegaria..."
-V.B.A
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CAPÍTULO IX

EL HOMBRE EN EL DEVACHÁN

La ley periódica de los ciclos

Durante algún tiempo fuimos aleccionados sobre la actividad de la Ley Cíclica de la Naturaleza, o ley de ciclos, tal como corrientemente se la define. Esta ley se refiere, esotéricamente comprendida, al Aliento de Dios, a Su respiración vital cuyo flujo y reflujo, es decir, inhalación, exhalación y sus intervalos o pausas naturales, producen la vida del Universo y de todo cuanto “en él vive, se mueve y tiene el ser”. El orden de los ciclos es regular y periódico y tiene su recorrido o campo de expansión en forma circular, de ahí la esfericidad del conjunto universal, desde el átomo hasta el sol, modelado y sostenido por el Aliento de Dios. Circular y periódica es también por analogía, toda actividad realizada en el interior de esta vastísima esfera del Universo.

Durante el proceso de enseñanza acerca de la Ley de Ciclos, que abarcaba extremos tan importantes como la actividad cíclica y periódica de los Siete Rayos, el estudio de las Constelaciones siderales, la estructuración del Plan de evolución planetaria por parte de la Jerarquía, la misión específica de los Ángeles Solares, la proyección sobre nuestro planeta de potentísimas radiaciones y energías procedentes de otros Universos, de otros planetas del Sistema, de otras estrellas y aún de otras galaxias, el significado específico de aquel estado de conciencia que los esoteristas denominan Devachán, el estudio de las leyes soberanas que rigen el proceso de la vida y de la muerte, de luz y sombra, de día y noche, de muerte y nacimiento, y aún el contacto fugaz aunque intensamente profundo con la obra reguladora de la Ley de Causa y Efecto por parte de AQUELLAS gloriosas y al propio tiempo misteriosas ENTIDADES CÓSMICAS, conocidas bajo el nombre de “LOS SEÑORES DEL KARMA”, etc., tuvimos oportunidad de ponernos en contacto con la obra divina en diferentes centros de actividad y en distintas dimensiones. Este proceso de enseñanza, novísimo en lo que al entrenamiento espiritual del discípulo se refiere, tuvo su consecuencia inmediata en nuestras existencias físicas y muy definidamente en el ritmo de nuestras respiraciones. Estas se hacían cada vez “más automáticas”, aplicando aquí una expresión muy concreta, pues, reproducíamos espontáneamente en nuestras vidas muchos de los aspectos rítmicos y cíclicos que espiritualmente estábamos estudiando. Aprendíamos de hecho a respirar según el ritmo cíclico de la Naturaleza entera. Durante el período solar cotidiano la respiración era más profunda y sostenida; asimismo se hacían más prolongados los intervalos entre inhalación y exhalación; durante los crepúsculos matutino y vespertino, la respiración se hacía dulce, reposada y apacible siendo menores los intervalos. Esta nueva fase de nuestra función respiratoria vino a nosotros, tal como he dicho anteriormente, en forma espontánea, sin necesidad de practicar ningún género de yoga, como la expresión natural del reconocimiento interno de una Ley que antaño había pasado casi desapercibida ante nuestras percepciones.

Las consecuencias de este nuevo proceso de respiración fueron evidentes desde un principio; mejor circulación de la corriente sanguínea, más profunda concentración mental y un más elevado poder coordinador de las ideas y de las emociones. Nos dimos cuenta entonces del aspecto práctico del reconocimiento interno de ciertas verdades espirituales, así como de la efectividad de las leyes divinas operando sobre la naturaleza humana cuando esta naturaleza encarnada dentro de unos vehículos periódicos de manifestación, deja de ofrecer resistencia al sagrado impulso de la Gran Ley Reguladora de los Ciclos. El hombre no respira lógicamente porque tal es su voluntad, sino porque a ello le obliga, como base de toda su posible evolución, la Ley universal de los Ciclos, o de Respiración del Señor del Universo.

Cuando el hombre es tremendamente instintivo y egoísta, no puede respirar correctamente porque las corrientes mentales y emocionales que pone en actividad crean una barrera de resistencia a los efectos renovadores y purificadores de la ley cíclica natural. Un hombre sereno, apacible y altruista respira más amplia, profunda y adecuadamente, porque no ofrece tanta resistencia, aún dentro de sus limitaciones kármicas, a la ley ordenadora de los ciclos. Pero cuando el hombre es profundamente investigador, como debe serlo todo verdadero aspirante espiritual, y rebasa cierta medida en el orden interno ajustándose a determinadas reglas espirituales y sociales, sabe entonces de las delicias del correcto respirar. Sin que se aperciba de ello deja su albedrío en manos de las Fuerzas creadoras de la Naturaleza y permite que la Ley de los Ciclos, sabiamente dirigida por los Señores del Karma, lo modele según Arquetipos humanos de orden superior.

La ley de los ciclos y el Devachán

¿Qué es exactamente el Devachán? El Devachán es un estado peculiar de conciencia del ser humano que se desarrolla durante aquella pausa o intervalo de descanso comprendido entre dos existencias terrestres; viene a ser como una amplia y esplendente avenida que se extiende desde el proceso de la muerte hacia la de un nuevo nacimiento, llenando la visión y la vida del hombre “con risueñas perspectivas bordadas con crepúsculos de ensueño”. Evidentemente las delicias de aquel estado de conciencia no pueden ser analizadas a través de la mente intelectual, sino que hay que elevarse al nivel de la más selecta y exaltada ideación, y aún así habría que contar siempre con la desventaja que supone el tener que utilizar aquellos materiales, frecuentemente burdos, con los que nuestra imaginación trata de reflejar las visiones espirituales superiores.

Ahora bien, las características del Devachán son análogas, aún dentro de la limitación de la conciencia del hombre, a las de aquel estado de conciencia divina que los esoteristas denominan “GRAN PRALAYA”. El Gran Pralaya es un inmenso período de soledad, logoica eternamente indescriptible para nosotros, que se extiende desde el fin de un universo hasta el nacimiento de otro; es un intervalo natural o pausa obligada de descanso entre dos activas respiraciones solares. La analogía entre el macrocosmos y el microcosmos es aquí, como en todos los casos perfecta, y estudiando ciertos aspectos definidos del Devachán tal como trataremos de hacerlo, tendremos quizás una vislumbre de lo que ocurre dentro de la Conciencia divina durante el desarrollo del indescriptible sueño praláyico en el que “...BRAMA DUERME... DESPUÉS DE UN ACTIVO DÍA UNIVERSAL”, frase védica que expresa en forma simbólica una de las grandes verdades universales que debe aprender el discípulo en entrenamiento iniciático.

La enseñanza religiosa occidental profundamente marcada por el sello del Cristianismo, le asigna al Devachán el nombre de “CIELO”. Lo considera “una lugar de paz”, armonía y seguridad absolutas, en donde entra el hombre bueno después del proceso de la muerte…, como premio a su conducta correcta en vida..., ángeles y serafines velan por él para siempre jamás... El cielo cristiano tiene, en todo caso, un carácter muy limitado ya que sólo pueden penetrar en el Cielo, los que fueron buenos en vida y se ajustaron íntegramente a las enseñanzas religiosas del Cristianismo. Los demás hombres -y Uds., estarán de acuerdo conmigo que la mayor parte de la humanidad- queda automáticamente excluida de aquel lugar de delicias, colmándose con este limitado concepto religioso la más estúpida y al propio tiempo más injusta arbitrariedad con respecto al ser humano, evidenciándose por otra parte cuán poco profundamente han sido escrutados los Misterios de la Divinidad -rebosante siempre de infinita Compasión y Sabiduría-, tal como subyacen en lo profundo y esotérico del verdadero Cristianismo. Hay que puntualizar ante todo, que el Devachán o cielo, -si Uds. prefieren este nombre- “no es un lugar”, sino una “estado de conciencia”. Nuestros hermanos orientales, más profundamente escrutadores de las leyes soberanas que regulan la vida, que lo hemos sido quizás nosotros, entendieron desde la más remota antigüedad que el proceso de la vida y de la muerte y los intervalos entre existencias terrestres, estaban relacionados con la Respiración divina, formando parte consubstancial de aquélla y reflejando en todo momento aquel sagrado impulso vital que crea, vivifica y sostiene los Universos. El Devachán es pues, “algo viviente”, es un estado de conciencia creado, vivificado y sostenido por el hombre después de haber pasado por el trance de la muerte física y de haberse liberado del aspecto grosero de sus vehículos más sutiles, astral y mental. Una vez que ha restituido el hombre a la Naturaleza aquella materia con la que “místicamente se envolvió” y con la cual creó sus cuerpos de manifestación, y una vez que se ha desprendido de todas sus ataduras mentales, astrales y etéricas provenientes de la apariencia física que tenía en el mundo, cumplido “un ciclo de actividad” entra paulatinamente en un ciclo de reposo, si es que puede llamarse “reposo” a aquella misteriosa y dinámica actividad que surge esplendente y sin esfuerzo alguno de lo profundo del ser humano, una vez que se ha liberado éste de los últimos vestigios de materia “animalizada” que lo encadenan a la tierra y del recuerdo vivo de su última existencia kármica.

El Devachán se halla ubicado en determinado estrato o nivel del Plano mental. La materia sutil que lo condiciona es de tal naturaleza que le permiten al ser humano convertir en realidad cualquier deseo, aspiración o pensamiento formulados o sustentados. Existe una exteriorización o proyección constante de los elementos más sutiles que promueve el deseo, pues en el Devachán pensar, desear, o idear, son sinónimos de “vivir” y en el carácter especial de esta vivencia se halla implícita la maravilla permanente del proceso evolutivo del reino humano.

Ahora bien, lo que el hombre desea, proyecta, piensa y vive en el Devachán son precisamente todos aquellos hechos, experiencias, situaciones y circunstancias que no pudieron ser exteriorizadas o actualizadas en el plano físico durante la existencia terrestre.

El Devachán es, pues, el plano de la consumación total de los mejores anhelos del hombre, los que motivaron vacíos en su existencia o que le sumieron en profundas inquietudes y aflicciones. El Devachán es en realidad un verdadero Cielo, pero no de eterna y pasiva contemplación, sino de la más dinámica actividad y realización creadora. En el Devachán se amplía hasta el infinito la potencialidad del deseo humano y del centro vital del mismo, fecundizado por la facultad creadora del propio Dios, extrae el hombre aquel poder infinito que lo eleva a las más exaltadas cumbres y a las más esplendentes situaciones. Colocado el hombre en el centro vital de sí mismo, sin limitación alguna de sus capacidades creadoras innatas, empieza a vivir por anticipado la gloria de la Liberación. En el Devachán el Karma no le afecta al ser humano. Vive allí una vida muy parecida a la de los Devas, aunque en otra forma, pero la analogía es perfecta en el sentido de que no existe esfuerzo alguno por parte del hombre. Liberado de la necesidad kármica, aunque sea solamente con carácter temporal, vive el ser humano más cerca de sí mismo y de la Gracia divina que jamás lo estuvo anteriormente. En el Devachán se halla su Gloria inmediata, el máximo poder a su alcance y el punto más elevado de su unión y contacto con el Ser supremo.

Visto el Devachán humano dentro de los inmensos e indescriptibles confines del plano mental, aparece como una esfera luminosa de distintas dimensiones y diferente colorido. En el interior de esta esfera un punto más brillante todavía indica el centro de conciencia. Este centro enlazado místicamente con el Ángel Solar, contiene la garantía de lo esencial y el poder creador que promueve todas las situaciones devachánicas y es archivo de las experiencias de consumación, base de toda posible evolución futura.

El Devachán ofrece así una perspectiva de vida intensa, vigorosa y palpitante. Tiene una riqueza de matices imposible de describir, por la intensidad de los sentimientos con que son adornadas las “escenas devachánicas” creadas por la conciencia humana en proceso de consumación.
 

Entrenamiento Devachánico

La entrada en el ámbito o esfera donde se realizan tales escenas y se crean aquellas situaciones, exige una silenciación total de todas sus particularidades personales por parte del investigador y, singularmente, un gran control mental y emocional a fin de no perturbar la “actividad liberadora” de las energías mentales y psíquicas que se realiza en el mundo devachánico. De la misma manera que un globo de aire se deshincha bajo la punzante presión de una aguja, así la esfera devachánica perdería todo su aire de purificadora integridad si cualquier intruso lograra penetrar en la intimidad de aquella radiante esfera creada por la intensidad de los deseos y por el ansia inefable de liberarse de los mismos. De ahí pues, que antes de realizar la experiencia devachánica, algunos de cuyos detalles tendré mucho gusto en relatarles tuvimos que someternos a una rigurosa disciplina mental y emocional. Alguno de estos procesos internos consistía en la representación de “cuadros mentales” extremadamente divertidos unos, profundamente dolorosos otros, que el Maestro hacía desfilar por nuestra imaginación pero que aparecían con más fuerza de realidad que los propios acontecimientos del plano físico. El objetivo era lograr la “impasibilidad” perfecta ante cada uno de los cuadros o escenas mentales que el Maestro producía y proyectaba sobre nuestro cuerpo mental. Confieso que reí y lloré mucho y que se avivó extraordinariamente mi curiosidad ante una interesante escena truncada en su fase de mayor interés, antes de que el Maestro me considerara apto para emprender la gran experiencia del Devachán. Supongo que lo mismo les ocurriría, más o menos acentuadamente, a mis hermanos de grupo. Pero, como Uds. comprenderán, para aquello estábamos allí, para aprender a gobernar nuestros impulsos y nuestras emociones personales y situarnos cada vez más seguros de nosotros mismos, ante una serie de hechos que exigirán de nuestra parte la más completa impasibilidad y la más exquisita de las discreciones.

Las experiencias devachánicas empezaron unos meses después del inicio del entrenamiento especial al que habíamos sido sometidos. El Maestro, afable, infatigable e indescriptiblemente paciente, nos fue aleccionando sobre bases seguras de control de nosotros mismos en los planos sutiles, antes de considerarnos preparados para emprender la gran aventura del Devachán. Las experiencias se basaron siempre teniendo como centro de partida nuestro Ashrama y guiados constantemente por el Maestro en cada una de las “incursiones devachánicas”. La experiencia en sí tenía un carácter realmente excitante, pues se trataba de ver al hombre tal como realmente era en su vida oculta, en su verdadera intimidad, en aquella vida profundamente secreta y recatada que está en la raíz de todos sus sueños, anhelos y aspiraciones. Y el resultado de nuestro contacto con el mundo devachánico, con el Cielo soñado y presentido por todos y cada uno de los seres humanos, fue positivamente aleccionador.

Experiencias en el Devachán

Voy a iniciar seguidamente el relato de algunas experiencias devachánicas pero, antes de hacerlo quisiera hacer resaltar que ellas expresan únicamente escenas o cuadros mentales captados en un momento cíclico determinado, el de nuestra percepción en este caso. El proceso devachánico de cualquier ser humano puede estar lleno de muchas de estas escenas vivientes, que no son sino expresiones de los deseos, sueños y aspiraciones que no pudieron ser debidamente cumplidos ni realizados durante el proceso kármico de la vida física.

Debo hacer resaltar también que aunque cito la “edad” aparente de algunas de las personas que fueron contactadas en el Devachán, no quiero significar con ello que la “edad” tenga importancia alguna en este plano. Entiendan Uds. que en el Devachán la “edad” es fabricada por la mente, sutilmente conectada todavía con el aspecto tiempo y siguiendo el trazado de la memoria viva de un hecho particular o de una época claramente definida, evocada del depósito vital de las memorias humanas que por sus características especiales contienen un claro y potente estímulo para el hombre. Tales potentes estímulos evocan a la par la facultad creadora del ser humano que subyace potencialmente en la raíz de cada uno de sus sueños y aspiraciones.

Nuestra primera experiencia devachánica tuvo como punto de confluencia la pequeña esfera mental de un hombre primitivo, de un salvaje del África ecuatorial. Toda su actividad dentro de la reducida esfera de sus sueños se circunscribía a la caza, a la pesca, a una vida al parecer muy solitaria en el interior de la selva pero, cosa curiosa, cuando cazaba o cuando se dedicaba a la pesca lo hacía con una habilidad realmente extraordinaria. Esta evidente capacidad o habilidad era, al parecer, uno de sus más queridos sueños, uno de los intensos deseos que en la acción mental de aquella escena estaba consumando. No había mujer alguna ni tampoco otros salvajes en los confines de sus sueños, aquel hombre primitivo aparecía completamente solo, en el interior de su íntima conciencia se revelaba en aquellos momentos “algo” que realmente constituyó un verdadero y auténtico deseo apremiante de su vida pasada, un potente sueño que él “revivía” ahora dentro del marco de su conciencia con los más excitantes y vivos aspectos de realidad. La Ley cíclica, ordenadora de todo el proceso de lo creado, se extendía frente a él como una panorámica de lo que siempre intentó vivir o realizar sin poder conseguirlo plenamente. Estaba pues “consumando sus deseos”, liberando el caudal de energía de sus sueños, lo cual le permitiría volver en un futuro no muy lejano, dado lo reducido de su esfera devachánica, al plano de la existencia física con otra clase de sueños y deseos, los verdaderos promotores de la evolución de la entidad humana.

Otra esfera devachánica en la que el Maestro nos invitó a penetrar entre otras varias, fue la de un hombre que en la panorámica de sus sueños aparecía como persona muy activa, que rápidamente marchaba por las calles, entraba de vez en cuando en alguna taberna, bebía allí, salía de nuevo y entraba finalmente en una casa en donde le esperaba una joven muy agraciada que le abrazaba y seguidamente le ofrecía de comer y beber, pero sin dejar nunca de acariciarle tiernamente y de colmarle de atenciones. El lugar, o marco, de aquel cuadro viviente, muchas veces repetido con diversas variantes, era muy parecido al de aquellas ciudades inglesas que nos describe Carlos Dickens en algunas de sus novelas, la fecha orientativa de las escenas y de las personas que salían a relucir en la pantalla de los sueños de aquel hombre, cuya edad parecía como de cuarenta y tres años, era quizás de últimos del siglo XVII o a principios del XVIII. Iba elegantísimo y al propio tiempo estrafalariamente vestido a diferencia de la humildad con que iban vestidas las demás personas que se manifestaban en su cuadro devachánico, incluida aquella joven que constituía al parecer el centro focal y objetivo final de todo el proceso de ideación o de proyección de cada uno de los cuadros mentales que a nosotros nos era permitido percibir.

Al llegar al Ashrama, es decir, al hacer conciencia del Ashrama después de sustraernos a la conciencia del Devachán, nos permitió ver al Maestro a través de la luz astral que se filtraba de los archivos akásicos, o memoria eterna de la Naturaleza, el cuadro verdadero de lo que fue la vida de aquel hombre. Aparecía en primer lugar como un vagabundo, vestido de andrajos y por añadidura cojo, que pedía limosna por las calles de aquella ciudad anteriormente reseñada y que no variaba en mucho respecto al cuadro devachánico que habíamos presenciado. Veíamos cómo entraba en una taberna y como le arrojaban de allí en forma violenta porque, al parecer, no tenía con qué pagar. Lo veíamos finalmente encaramado en lo que parecía una ventana, pero tan estrecha que más que ventana rendija parecía de una muy triste y mísera vivienda, contemplando desde allí otra casa a través de cuya ventana podíamos ver a una agraciada joven, no tan agraciada aunque sí muy parecida a la del sueño devachánico, que iba y venía realizando faenas propias del hogar y deteniéndose de vez en cuando para abrazar o acariciar dulcemente a un hombre sentado ante una mesa, y que al parecer era su marido. Tenían entonces una lógica explicación las escenas que se reproducían casi sin interrupción y con muy escasas variantes, en el interior de aquella esfera devachánica en la que el hombre en cuestión hilvanaba con los materiales de aquello que nunca pudo tener ni alcanzar; ligereza en el andar, vestidos decentes, contacto de amistad con los demás, dinero con que pagar alguna módica bebida en algún momento de soledad, angustia o sufrimiento, y singularmente la ternura de una mujer amorosa que le acariciaba en sus momentos de profunda soledad y solitaria tristeza. Aquí también, la ley ordenadora de los ciclos se revelaba con idéntica potencia que en el caso del salvaje, variaban únicamente los decorados, estos decorados siempre mejores que los corrientes, que la mente fabrica con la materia etérica de los sueños y de la intensidad de los deseos. La esfera de tales sueños, de estos sueños de consumación devachánica era, en este caso concreto, mucho mayor que en el caso anterior, pero el proceso de ordenación era el mismo e idéntica la finalidad: consumar un ciclo de fuerza engendrado por el deseo y abrir otro de tipo superior, más noble y elevado, que debería abrir una nueva avenida natural para otra oportunidad de existencia humana.

Otra esfera devachánica en la que pudimos penetrar, singularmente interesante desde el punto de vista de la imaginación creadora, por la profusión de elegancia, belleza y colorido, fue la que había fabricado con la potencialidad de sus deseos y sentimientos una dama que, por los elegantes vestidos con que se adornaba y por el conjunto ambiental que la rodeaba, nos dio inmediatamente la impresión de que no hacía demasiados años que había dejado el cuerpo físico. Todo en aquel mundo de doradas ilusiones denotaba exquisita belleza y una profunda sensibilidad que penetraba, por así decirlo, en nuestro ánimo y nos hacía participar así directamente de los “sueños” de aquella dama. Lo que más nos llamó la atención dentro de aquel extraordinario cúmulo de ilusiones devachánicas pero que aparecía ante nosotros como un cuadro de la más viva realidad, fue un joven sentado ante un magnífico piano de estos llamados de cola del cual extraía delicadísimas notas. El piano se hallaba situado en el centro de un gran salón lleno de espejos y de cortinajes encarnados que aparecía repleto de personas de ambos sexos muy elegantemente vestidos y que parecían estar deliciosamente embebidos en la audición del recital del joven pianista. Las paredes estaban decoradas con profusión de hermosos cuadros. Sus marcos dorados daban una nota de exquisito relieve a aquellos cuadros que parecían pintados al óleo aunque con tales tintes de realidad que no parecía sino que las personas e imágenes que representaban estuviesen vivas en el interior de sus marcos respectivos. En otra fase de nuestro contacto con aquel sueño devachánico, acompañando siempre a aquella dama, que no sólo aparecía elegantísimamente vestida y con valiosas joyas, sino que era extraordinariamente bella (el sueño dorado de toda mujer), entramos en otro salón decorado de distinta manera que el anterior; el conjunto aparecía aquí de un delicado color azul guardando una exquisita armonía cada uno de los objetos allí representados: cortinajes, cuadros, jarros de porcelana, figuritas de marfil, de mármol o de alabastro. A través de unos grandes ventanales se distinguía un frondoso y exuberante jardín lleno de flores de distintos y delicados matices. No dejé de preguntarme hasta dónde puede llegar la imaginación del ser humano insuflado, como el de aquella dama, de los atributos creadores de la divinidad. La esfera en la que se “movía” era extraordinariamente extensa, el ámbito cíclico que “recorría” llevada del impulso creador de sus sueños e ideaciones tenía un colorido y dimensión admirables, todo parecía indicar, dada la profusión de imágenes y situaciones y el prolongado radio que condicionaba esa esfera devachánica, que aquella existencia ideal perduraría todavía mucho, ya que el tiempo es el aliado de la consumación kármica y era precisamente lo que aquella dama estaba realizando en lo íntimo de su conciencia: consumando sus deseos en la forma más sublime e idealizada a su alcance. Por otra parte ella aparecía en el centro mágico de toda su esfera devachánica como un alma extraordinariamente sensible, pura y altamente evolucionada. Consciente de esta realidad y queriendo profundizar esotéricamente en el devenir de aquella existencia devachánica, al “tomar conciencia de nuestro Ashrama” le preguntamos al Maestro cómo era posible que un alma tan exquisita y armónicamente desarrollada como parecía ser aquella dama estuviese encerrada en aquel ambiente devachánico, exquisitamente delicioso y hasta sublime, pero un sueño al fin, creado con los elementos del deseo. Vean Uds., por favor la respuesta del
Maestro:

La vida es sueño
(CALDERÓN DE LA BARCA)

Toda vida es un sueño, amigos míos. El Universo, si pudierais alcanzar a comprenderlo, es también un sueño, el sueño del propio Dios. El despertar de este sueño -tras la desaparición de un Universo objetivo- es la apertura de otro sueño, pero mucho más vivo todavía que el que dio vida al Universo anterior, en las indescriptibles oquedades del Gran Pralaya. Respecto al hombre, el despertar del sueño “de la existencia física” tras el fenómeno de la muerte origina el Devachán, el Cielo infinito e ilimitado de los sueños que no pudieron ser cumplimentados en la vida terrestre. El mundo del Devachán, creado con la sustancia de los mejores y más exaltados sueños del hombre, tiene más profunda realidad que el mundo físico, porque son más nobles y permanentes los materiales empleados en la confección de los mismos y es más extensa y más perfecta la perspectiva o espacio en donde tales sueños se materializan. Ahora bien, debéis tener presente en todo momento, ya que ello redundará en una comprensión más perfecta del verdadero significado del Devachán en el proceso evolutivo del hombre, que a una mayor intensidad y pureza de los sueños o de los deseos que los hacen posibles, corresponde un ciclo menor de “recorrido devachánico”, una menor extensión en el tiempo, si es que puedo emplear esta locución para determinar un lugar que por sus características “está más allá y por encima del concepto tiempo”, tal como corrientemente es entendido. Quiero significaros con estas palabras uno de los principios que concurren en la expresión del Devachán: la intensidad de un sueño es el factor de una más rápida consumación.

En la esfera devachánica de una persona primitiva se produce idéntico efecto aunque por causa distinta, esta causa es lo reducido de la esfera en donde se exteriorizan sus capacidades de ideación y la limitada calidad de los deseos, orientados principalmente a la satisfacción de las apremiantes necesidades inmediatas.

Influye asimismo en el proceso devachánico la “edad” que tenía una persona cuando dejó el cuerpo físico. La razón es obvia y os será muy fácil comprenderlo. Una existencia física muy prolongada sitúa ante la percepción y consideración de una persona una mayor cantidad de cosas, de hechos y experiencias”, es decir, una mayor cantidad de estímulos e incentivos del deseo, y si esta persona es de tipo muy corriente, lo cual quiere significar que no ha establecido contacto todavía con los aspectos superiores o espirituales de la vida, crea dentro de su conciencia un ciclo o recorrido de deseos inconsumados mucho mayor que el de otro hombre que hubiese henchido su vida de más nobles y puros ideales.

Como dato aleccionador sobre la experiencia devachánica de aquella dama que acabamos de contactar, debo deciros que en su existencia física no perteneció en manera alguna a aquello que en lenguaje profano denomináis “alta sociedad”. Por el contrario, su vida tuvo un carácter muy humilde, fue doncella de compañía de una dama de alto linaje, pero dotada de una gran imaginación y de una sensibilidad exquisita... siempre había soñado vivir como algo suyo aquella vida de refinado lujo y de ética artística a la que le había predispuesto desde su más tierna infancia, el contacto con la sociedad en la que tuvo que desenvolverse pese a la humildad de su nacimiento. Puedo deciros sin embargo, pues esto os aclarará el exquisito gusto con que eran creadas las imágenes de sus sueños devachánicos, que su ética interna y la elevación de sus aspiraciones eran extraordinariamente superiores a las de la señora a la cual por razones kármicas se vio obligada a servir como doncella. Estas son las explicaciones del Maestro, muy sencillas como siempre, pero que aclaraban nuestras más mínimas dudas sobre el tema acerca del cual le habíamos interpelado.

Muy interesante fue también el caso de una monja, fallecida siendo todavía muy joven, unos treinta años por su apariencia, rodeada de niños, sus hijos en el Devachán, sin apenas visión mística o religiosa, cuando menos en el momento cíclico que la estábamos observando, y en la mayoría de “cuadros mentales” que proyectaba en el interior de su esfera devachánica nos demostró cuál había sido “la verdadera vocación de su vida”, un hogar con esposo e hijos y no la vida monástica o conventual que por equivocación quizás, había llevado en su existencia terrestre...

Ahora bien, ¿se había realmente equivocado? ¿Quién puede juzgar los actos de los demás y decir “esto está bien” o “esto está mal”? Regida la vida humana por imperiosas necesidades de vida cósmica, expresada a través de la ley periódica de los ciclos, es difícil por no decir imposible estar seguro de acertar o de equivocarse. La mayoría de las veces lo que aparece ante nuestros ojos como “un error” puede ser un acierto y el “acierto” aparecer a veces como un error. Por esta razón, una de las reglas básicas del discípulo en el Ashrama es la de “suspender el juicio” ante cualquier hecho o acontecimiento. Frente a la realidad interna, que está más allá de los errores y de los aciertos de los mortales, la vida se rige por la ley de la oportunidad cíclica, siendo esta oportunidad inteligentemente manejada por los SEÑORES DEL KARMA, la que crea, ordena y cumplimenta el destino de todos y cada uno de los seres humanos.

El Devachán de un discípulo

Siempre bajo la experta guía del Maestro fuimos penetrando en zonas cada vez más profundas y significativas del Devachán, tomando conciencia de las implicaciones del deseo como verdadero promotor de la evolución de todos los reinos de la Naturaleza, ya que en la raíz de cada uno de los elementos constitutivos de cada reino subyace siempre un Sueño de Dios. Puedo asegurarles a Uds. que la experiencia devachánica me “marcó para siempre con fulgores de eternidad”, ya que me fue posible percibir, siquiera fugazmente, las indescriptibles profundidades humanas que contienen el verdadero asiento de la manifestación de la vida. En sus aspectos más asequibles, y a medida que nos adentrábamos por aquellas insospechadas regiones devachánicas o celestes, vimos en su verdadera dimensión el corazón humano, participamos de sus alegrías, de su anhelos infinitos de paz, de aquellos intensísimos deseos de reparar mediante un sentido acto de contrición ciertas actitudes adoptadas en la vida terrestre, de mitigar dolores o aflicciones en uno mismo y en los demás, así como el sagrado intento de expresar plenamente en otros casos todos aquellos aspectos de la vida anterior que no pudieron ser adecuadamente desarrollados o totalmente satisfechos.

Profundizamos así paulatinamente en esferas de elevados ideales en funciones de grandes sueños, así artísticos como religiosos, filosóficos o científicos y descubrimos zonas de actividad devachánica que parecían realmente aquello que desde nuestra más tierna infancia considerábamos el Cielo y que matizábamos con nuestras puras ilusiones y nos identificamos con estados de conciencia realmente sublimizados.

En determinada oportunidad, ya casi al final de nuestro proceso de entrenamiento devachánico, penetramos en el estado de conciencia de un que un sueño humano una realidad del propio Dios parecía; potente era en efecto la vibración proveniente de la ideación de un mundo mejor para la humanidad, regido por los más elevados cánones de belleza, equidad y justicia. El Maestro nos dijo que el Devachán de este discípulo sería muy corto debido mayormente a que su conciencia participaba, aún en el Devachán, de la sagrada enseñanza de su Mentor espiritual. Más que un sueño eran sus ideaciones -tal como oportunamente nos señaló el Maestro- un vislumbre de la Realidad espiritual de la Humanidad para un próximo ciclo de evolución, que aquel discípulo había intuido ya por sutilidad mental durante el doloroso proceso de su vida física pasada. Este fue el único caso de un verdadero discípulo mundial que pudimos contactar durante el devenir de nuestra aventura devachánica. Nos dijo el Maestro también, que conforme avanza la conciencia del discípulo hacía aquel proceso de vida iniciática encarnando algún definido Arquetipo superior, sus deseos se convertían en poderosa voluntad de acción y que aprovechaba la oportunidad de vida devachánica para contribuir al desarrollo y expresión de aquellos Arquetipos en la conciencia de la humanidad.

Esta lección fue convenientemente ratificada por el Maestro en otras conversaciones sostenidas en el seno del Ashrama. Puedo decirles a Uds. que la base principal de estas enseñanzas fue de preparación para nuestra futura vida devachánica, pues tal como nos decía el Maestro “... la recompensa del discípulo sólo se encuentra en el Devachán”, ya que esta recompensa no es solamente de paz, serenidad y recogimiento místicos, sino también de la más potente y dinámica ideación creadora. Aún en el Devachán, mientras este mundo se hace todavía necesario para el discípulo, ya sea para activar alguna cualidad dormida o para desarrollar determinadas capacidades de servicio para el futuro, existe todavía un misterioso contacto con el Maestro y el Ashrama. El Alma del discípulo, el Ángel Solar de su vida, está durante el proceso de vida devachánica “más profundamente atenta y apercibida que nunca de la actividad de su reflejo en el plano mental”, y aunque el proceso en cuestión sea de carácter muy breve para el discípulo, contiene cada una de sus expresiones aquella llama eterna que enaltece, purifica y dignifica. El camino de la iniciación se aclara y se modela por anticipado, aquel género de vida que ha de llevar un verdadero Iniciado, un perfecto hijo de Dios.

Consideraciones esotéricas

Serían muchos y muy variados los cuadros que entresacados de mis experiencias devachánicas podría someter a la amable consideración de Uds. Pero, comprendan por favor, que no trato simplemente de entretenerles el ánimo con estos relatos, que si bien muy interesantes, sólo son puntos de interés para profundizar en leyes y en principios ordinariamente ocultos y desapercibidos, mi interés como siempre, va mucho más lejos y tiene como punto de confluencia y principal objetivo la presentación de ciertas verdades espirituales y estimular el ánimo para la realización práctica de las mismas dentro de la sociedad organizada donde vivimos.

Lo más relevante de la ley ordenadora de los ciclos, que una de sus expresiones crea el Devachán, es la consideración de la potencialidad de espíritu humano vivificado y sostenido por el propio Aliento de Dios o Voluntad creadora. El deseo humano es un aspecto de la Voluntad divina. No nos damos cuenta de todo su poder ni de sus infinitas posibilidades en tanto vivimos en el plano físico, debido a la materialización de nuestro deseo y a la escasa preparación de nuestras mentes. El único elemento en nuestra vida que trabaja por así decirlo a pleno rendimiento es el deseo, que constituye el nervio vital de toda nuestra existencia. El deseo es el imán que crea aquel depósito de elementos superiores que queremos conquistar, pero para los cuales no estamos todavía suficientemente capacitados. La intensidad de los deseos crea un núcleo de poder vital dentro de la conciencia, una fuerza reprimida en estado de permanente tensión, un muelle constantemente contraído que ansía expandirse, un sueño permanente del alma en encarnación que sólo en el Devachán puede hallar adecuada y plena exteriorización o cumplimiento.

La ciencia psicológica ha reconocido ya en parte la potencialidad de estos deseos inconsumados que por incumplimiento, o falta de exteriorización, constituyen todos los desórdenes nerviosos, traumas patológicos y complejos psíquicos actualmente en estudio y atenta consideración por parte de la medicina moderna. Pero, el proceso va mucho más lejos. Cada deseo, o cada sueño, pues en realidad son la misma cosa y tienen una función consustancial, tienen un punto de partida, la percepción de las cosas y la sensibilidad que ellas determinan en nuestro ánimo, y un punto de llegada, el aspecto realización o cumplimiento de las mismas. Punto de partida y punto de llegada van constituyendo una esfera de poder radioactivo regido por la ley de los ciclos, que aprisiona la conciencia y le impide percibir superiores estados de paz y de armonía. El proceso se realiza siempre en forma circular o esférica y la conciencia encerrada dentro del área de sus deseos, sufre y se desespera hasta la plena consumación de sus objetivos. Algunos de tales deseos son consumados en vida, otros, por el contrario, sólo pueden ser satisfechos en el Devachán, una vez finalizado el ciclo de la existencia física, cuando el alma, o conciencia, liberada de los vehículos groseros que la aprisionaron en vida mortal “vive y goza del fruto de aquellos deseos que nunca pudo cumplimentar ni exteriorizar”. La vida es ciertamente bella allí, en aquel santuario de satisfacciones y delicias que cada cual ha ido fabricando con el sutil material de sus más puros deseos e imaginaciones.

Tal es en realidad el CIELO de los cristianos, concepto con el cual estamos desde niños familiarizados, un destello del Nirvana de los budistas, una pequeña aunque muy directa insinuación de aquel estado de liberación que deberá alcanzar el hombre como Meta infinita de todas sus existencias temporales y para reflejar en su vida la Gloria de Dios manifestada.


 

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