TEOSOFIA: Curso de Estudio Introductorio

Algeo_Teosofia.pdf

por

John Algeo

Departamento de Educación
 

[Anotaciones por la Redacción de NGSM.org]

Aries 2009: Nuevo Ciclo de TENSION/EXPANSION

Curso introductorio a la Sabiduria Divina

El Plan y el Proposito de la Vida


Capítulo 10

El Plan y Propósito de la Vida


TAL VEZ LA MÁS GRANDE de todas las “grandes” preguntas mencionadas al comienzo del capítulo 1 sea “¿Cuál es el propósito de la vida?” Pero un propósito sensato requiere también de un plan. Si nos proponemos alcanzar algún fin, será mejor que tengamos en mente un plan ordenado, o tendremos pocas chances de lograrlo. Y los planes son posibles sólo si podemos contar con un proceso ordenado que nos permita llevarlos a cabo.

La ciencia no se involucra con los propósitos o planes (en el sentido de metas hacia las cuales la vida se mueve, y decisiones conscientes en la naturaleza sobre cómo alcanzarlas), pero sí supone que hay un proceso ordenado en el universo. De hecho, la ciencia no es posible a menos que podamos contar con orden y sistema en la naturaleza. Pero la ciencia se ocupa de las causas naturales y de sus efectos, no de los propósitos de la naturaleza y sus planes para alcanzarlos. La Teosofía, por otro lado, en tanto que respeta el interés de la ciencia en dichas causas, mantiene que en el universo no sólo hay orden, sino también intención y conciencia; un propósito y un plan.

La Teosofía sostiene que los fenómenos externos observables derivan de propósitos internos que no son directamente observables o mensurables. Más allá de las hipótesis que la ciencia contemporánea pueda hacer acerca del origen del universo y la vida (y tales hipótesis han cambiado numerosas veces a lo largo de los siglos), el universo está aquí y la vida apareció de alguna forma en él. Y esas realidades reclaman una explicación. La ciencia se ocupa de tratar de explicar el “cómo” de esas realidades, la Teosofía, el “por qué”.
Puede que dentro de miles de años en el futuro los seres humanos extendamos nuestros poderes de observación hacia otros campos, donde podamos confirmar o rechazar personalmente lo que para nosotros es ahora sólo una hipótesis. Sin embargo, incluso hoy, nuestras intuiciones espirituales pueden confirmar las enseñanzas dadas por los sabios del pasado, quienes fueron capaces de explorar los campos sutiles de la vida. Estas intuiciones nos dicen que la historia que nos cuentan nuestros sentidos es sólo una parte de la gran saga de la existencia, y que las respuestas al misterio del ser yacen más allá del mundo que contactamos a través de dichos sentidos. La mente y la intuición, no estando sujetas a las limitaciones de los mismos, buscan respuestas para los grandes acertijos de la vida. O tal vez deberíamos decir, más precisamente, la mente busca y la intuición responde; porque estas dos facultades no son lo mismo, aunque son interdependientes y complementarias.


AZAR, LEY, Y ELECCIÓN

Tres hipótesis sobre la naturaleza del universo y el origen de la vida han sido seriamente consideradas: Primera, todo es resultado del azar, una “confluencia fortuita de átomos”; es decir, el universo es una anarquía sin organización y la vida humana es un accidente. Segunda, el universo es el producto de una ley natural inexorable, sin oposiciones ni libre albedrío, con elecciones o eventos azarosos sólo aparentes, porque los resultados de la ley natural (incluyendo los seres vivos) pueden ser tan complejos que parecen caóticos. Tercera, el universo es una organización precisamente ordenada, creada por una inteligencia última que opera de acuerdo a leyes definidas, en las cuales los seres vivos tienen libre albedrío para hacer elecciones ya que son expresiones de esa misma inteligencia última, que llamamos divina.

La Teosofía mantiene que la tercera hipótesis es la que mejor responde a la razón y observación del mundo que nos rodea. Es también la más útil desde un punto de vista pragmático. Ninguna de las dos primeras hipótesis ofrecen una buena base para el vivir: un universo desordenado y sin sentido, o uno que está inútil y completamente determinado, son igualmente pobres asunciones para un vivir próspero. Por otro lado, la hipótesis de un universo que combina ley y elección provee una base firme para una vida productiva y satisfactoria. Ley implica orden, y elección, propósito. Entonces surge la pregunta de “¿cuál es el ordenado propósito de la vida?”

La Teosofía toma la visión de que el propósito de la existencia es el desarrollo de las posibilidades latentes en poderes activos. El plan para este desarrollo se encuentra en la evolución (del verbo latín evolvere, “desenvolver”) la cual, desde la perspectiva teosófica, incluye el desenvolvimiento de la conciencia a través de la experiencia en formas cada vez más sensibles.


PUNTOS DE VISTA TEOSÓFICO Y DARWINIANO DE LA EVOLUCIÓN

El concepto teosófico de evolución va más allá de la teoría darwiniana en dos aspectos. Primero, la evolución darwiniana sólo se ocupa de los cambios de la forma física, desde lo simple a lo complejo, a medida que las especies se adaptan a su medioambiente. A tal cambio en la forma física, la visión teosófica agrega un corolario doble: la evolución de la conciencia desde un estado de restricción a uno de expansión, y la evolución del espíritu desde lo aparentemente fragmentado a lo conscientemente unificado.
En las formas de vida más simples la conciencia es vaga e instintiva, pero se torna gradualmente más alerta, responsiva, y especializada, hasta que alcanza la completa autoconsciencia en la humanidad. Por su propio desenvolvimiento, la conciencia compele la evolución de nuevas y más sensibles formas para su expresión. A medida que la vida consciente se desarrolla, mejora y adapta las formas a sus propias necesidades evolutivas. La evolución entonces no es sólo una respuesta de las formas a su medioambiente, sino que procede desde adentro hacia fuera. La vida consciente es continua e infinita; las formas son temporales y se desechan cuando ya han servido a su propósito.

Además, en el reino humano, la vida ha alcanzado su estado de mayor separación y división. Los reinos de vida anteriores— animal, vegetal, y mineral—consisten de seres que están más conectados unos con otros de lo que lo están los seres humanos. Sin embargo, los seres de esos reinos carecen de una percepción consciente de sus conexiones. Los humanos, en cambio, son auto-conscientes, y por lo tanto conscientes de su propia separación. El precio de la autoconsciencia es el aislamiento; pero su valor es que nos permite escapar de nuestro aislamiento para entrar en el mundo de lo conectado. Desde el estado humano fragmentado, en el cual cada individuo se autoimagina completamente dividido de todos los demás, la evolución nos llama a un despertar, por medio del cual descubrimos la unidad fundamental que subyace a nuestras individualidades separadas.

Un segundo postulado de la Teosofía concerniente a la evolución, es que ésta no procede en línea recta, sino que representa la segunda mitad de un movimiento total, cuya primera mitad complementaria se denomina “involución”. Durante el período involutivo, la vida “desciende” desde un estado de conciencia pura e indiferenciada (que podría parecer inconsciencia para nosotros) y se sumerge en materia cada vez más densa, en etapas sucesivas. La mitad evolutiva del ciclo comienza con la conciencia despertando gradualmente de las limitaciones y restricciones de la materia, para empezar su largo ascenso hacia la autoconsciencia y más allá de ésta.

Figura 3

 

 Los términos “descenso” y “ascenso” no deben entenderse como refiriéndose a un lugar o una altitud, sino simplemente como designando fases del incesante proceso de la vida a través de los eones. Se puede pensar en estos términos como denotando a la conciencia en su toma gradual de formas hechas con materia cada vez más densa (involución), y la posterior liberación, igualmente gradual, de las limitaciones de esas formas materiales que se tomaron para ganar experiencia (evolución). Estas fases de vida (de materialización y limitación de la conciencia seguida por la espiritualización y expansión de la misma) están simbolizadas en la historia bíblica del hijo pródigo, quien reclamó sus derechos y dejó la casa de su padre sólo para encontrar, luego de haber alcanzado cierta etapa en su rebelde vagabundeo, que estaba abrumado de disgusto por la “bajeza” de su estado y consumido por el deseo de retornar a su padre.
 




LAS TRES OLEADAS DE EVOLUCIÓN

Desde el punto de vista teosófico la materia no es sólo las cosas físicas que conocemos, sino que existe en gradaciones que se compenetran. Aunque a menudo llamamos “pla-nos” a estos varios grados de materia, no son capas estratificadas. Se puede pensar en ellos también como “campos de fuerza” o “dimensiones de la realidad”. Estos varios estados de materia son energías coexistentes.
Hay una Realidad Absoluta que es la fuente desde la cual todas las cosas—los diversos planos y todo lo que hay en ellos— aparecen periódicamente y hacia la cual todo debe regresar eventualmente. Comparado con esa Realidad, nuestro universo es como una ola en un océano sin límites; una manifestación que aparece y desaparece. De hecho, de dicha Realidad emergen innumerables universos, y en cada uno hay incontables sistemas solares. Cada sistema solar está penetrado, energizado y controlado por una poderosa conciencia colectiva, una Mente divina llamada Logos, o la Palabra de Dios, que emerge de lo Absoluto. Como dice el evangelio: “En el comienzo fue la Palabra, y la Palabra fue con Dios, y la Palabra era Dios” (Juan 1.1). Esta penetrante conciencia está en todo, y todo es parte de ella.

La Mente divina ha generado nuestro sistema solar, como también incontables otros, a partir de su propia naturaleza. Quienes estamos en este sistema solar somos fragmentos de vida de esa Mente, en evolución. De ella venimos, a ella retornamos. La Mente divina vive a través de nosotros y de todos los otros seres, así como nosotros vivimos a través de las innumerables células de nuestros cuerpos físicos, nuestros pensamientos y sentimientos. Dado que el proceso de evolución es universal, incluso la Mente Divina misma está evolucionando. De hecho, evoluciona a través de nosotros y de todos los otros seres en el universo.

De acuerdo a la hipótesis teosófica, tres estupendos impulsos de vida se necesitan para generar un mundo. Estos, conocidos como las tres Oleadas de Vida, se muestran en forma esquemática en la figura 4. Éstas son simbolizadas por la Trinidad, llamada de diversas formas en las religiones del mundo: Padre, Hijo y Espíritu Santo; Brahma, Vishnu y Shiva; Osiris, Isis y Horus; etc. Las Oleadas de Vida son también llamadas el Gran Aliento, donde la involución es la exhalación del universo por parte de la Mente divina, y la evolución es su inhalación. Así como vivimos respirando, la fuente divina de todo existe emanando y absorbiendo universos.

Un principio teosófico es que no hay materia muerta; cada partícula tiene vida inherente en ella. Cuando se forma un mundo, esa materia viviente tiene que ser primero traída a la existencia. Luego, tiene

que ser moldeada en formas a través de las cuales la vida se vuelve crecientemente consciente. Finalmente, esa conciencia tiene que comprender tanto su propia identidad única como su unidad espiritual con la inteligencia última de la que el universo emana. Estas tres etapas en la formación del mundo son las tres Oleadas de Vida.


LA OLEADA DE VIDA-MATERIA

La primera Oleada de energía creativa corresponde con el Espíritu Santo, o la tercerapersona de la Trinidad cristiana. Ésta emana del Logos y vibra a través de toda el área que ha sido “demarcada” como el campo para un nuevo mundo, separando la materia primordial, o proto-materia, en unidades individuales o proto-átomos. Esta materia primordial no es del tipo que nosotros conocemos. Es un potencial existiendo a través del cosmos, desde el cual el primer impulso evolutivo perteneciente al “Espíritu Santo” genera materia viva de varios tipos: los planos, campos o dimensiones de la realidad material. Todos los átomos de materia de cada uno de los siete planos, tienen vida y conciencia inherentes en ellos. Y a la in-versa, la vida divina o conciencia se puede manifestar sólo cuando anima materia. Materia y conciencia viviente están inseparablemente unidas donde sea que haya manifestación. Son las dos caras de una misma moneda.

La primera Oleada de Vida “desciende” o se “exterioriza” en siete etapas, trayendo a la existencia siete planos de materia para ser usados por las dos próximas Oleadas de Vida. Durante la “exhalación” o involución, la materia alcanza estados crecientemente densos. En el plano físico se forman los átomos, de los más livianos a los más pesados, listos para construir formas. Cuando esta Oleada de Vida alcanza el estado de materia más denso en cualquier mundo, se “curva” o “refleja”—hacia “arriba” o hacia “adentro”—y la materia comienza a hacerse más rarificada, sutil, tornándose en un vehículo más responsivo para la vida que mora en ellas.

El proceso de la creación de la materia tal como la conocemos toma incalculables eones de tiempo y, de hecho, todavía continúa, porque la “creación” es un proceso continuo, no un evento que tuvo lugar sólo una vez. Los astrofísicos nos dicen que la materia más densa en nuestro universo está en el centro de los agujeros negros, esos objetos celestes que resultan del colapso de una estrella enorme, y en los cuales la materia está tan densamente compactada que su atracción gravitacional es suficientemente fuerte como para impedir incluso que la luz escape de este agujero “negro” en el espacio.

La materia física que conocemos es, en comparación, rarificada y altamente evolucionada. Aunque nuestra materia todavía es densa y pesada comparada con la de otros planos más sutiles, es materia física muy evolucionada, con un largo pasado evolutivo. Parte de nuestra materia ha llegado a nosotros desde el centro de las estrellas, donde pasó por estados de desarrollo previos. Así, estamos, literalmente, hechos de “polvo de estrellas”.


LA OLEADA DE FORMAS DE VIDA CONSCIENTES

Mientras que la primera Oleada de Vida está en proceso de generar materia, la segunda Oleada de Vida, que corresponde al Hijo o segunda persona de la Trinidad, también se torna activa. El Logos envía una sucesión de estas segundas Oleadas de Vida, de modo que en todo momento se están moviendo una multitud de ellas a través de todos los planos del universo. De otra forma, sólo existiría un reino de vida por vez.

Como en el caso de la primera Oleada de Vida, la segunda se mueve a través de todo el ciclo desde el cenit hasta el nadir y de vuelta hacia el cenit. A medida que se mueve en su arco descendente, genera características que capacitarán a la materia a responder a los estímulos a través de la intuición, el pensamiento, los deseos, la sensación, etc. El nadir del proceso es el punto en el cual concluye la involución de la vida animante y comienza su evolución. Durante la mitad involutiva del ciclo la Oleada de Vida anima los elementos materiales de los varios planos sin generar formas en ellos. Por lo tanto se denomina “vida elemental”.

Sin embargo, cuando la Oleada de Vida alcanza su nadir en la sustancia mineral sobre el plano físico (es decir, en aquello que generalmente se considera como materia “sin vida”) y comienza a ascender (en términos de conciencia), sí construye formas materiales. El trabajo del recorrido ascendente involucra el modelado de la forma mineral, vegetal y animal por medio de las cuales la vida animante puede evolucionar usando organismos más y más complejos. Esos organismos son crecientemente capaces de responder en forma más completa al mundo que los rodea, expandiendo así el alcance de su conciencia. Eventualmente dicho alcance es suficientemente extenso y sensible para servir de vehículo a la conciencia espiritual, cuyo desarrollo es el propósito de la evolución.


LA OLEADA DE UNIDAD ESPIRITUAL

La primera Oleada de Vida desarrolla y vivifica la materia; la segunda construye, a partir de dicha materia, las formas de los varios reinos de vida—cañones y montañas, algas y robles, gusanos y ballenas—que tienen la capacidad de responder a su medioambiente. La tercera Oleada de Vida, que corresponde al Padre o primera persona de la Trinidad cristiana, pone en contacto a las más elevadas formas producidas por la segunda Oleada, con las chispas imperecederas de la vida divina, que son las unidades de conciencia evolutivas llamadas “mónadas” individuales.

El término mónada deriva del griego, y significa simplemente “lo uno” o “una unidad”. En Teosofía esta palabra se usa para el Ser espiritual inmortal que se torna una entidad separada en evolución por medio de la tercera Oleada de Vida, el cual, a través de repetidas encarnaciones, desenvuelve gradualmente todo su potencial. Ha sido descrita como un fragmento de la vida divina, aparentemente separado en una entidad individual por el velo más sutil de materia. Esta materia es tan tenue que, aunque le da una forma separada a cada mónada, no ofrece obstáculo para la libre intercomunicación entre todas las unidades de la vida divina similarmente individualizadas como mónadas.

La mónada es conciencia más el velo de materia, aunque al comienzo no es consciente de nada. Podríamos decir que es un potencial espiritual indiferenciado. La mónada comienza entonces un peregrinaje que durará por eones, durante el cual se actualiza su potencial espiritual y desde el cual emergerá con una conciencia completamente individualizada, enormemente enriquecida, y ampliamente expandida, ganada a través de la respuesta a las limitaciones y a los constantes impactos recibidos en los mundos “inferiores”.

La mónada es la identidad espiritual última o autoconsciencia. Es el “más elevado” o “más interno” estado de existencia. En realidad es sólo una; es una unidad. Pero a medida que desciende en la tercera Oleada de Vida, encarna en las formas evolucionadas por la segunda Oleada, y mientras más “desciende” en su arco de involución, más fragmentada parece y más se identifica con las formas transitorias que anima. La fragmentación es sólo aparente porque en realidad esta unidad, la mónada, no puede romperse o dividirse. Pero sucumbe a la ilusión del mundo y se identifica con las formas de vida limitadas.

La mónada original, la “potencialidad espiritual indiferenciada” se asocia más o menos estrechamente con las formas evolutivas de la segunda Oleada de Vida. El reino mineral tiene una sola mónada que lo vivifica. En el reino vegetal, ésta se “divide” en unidades funcionales separadas, cada una animando un vasto número de formas, y por lo tanto parece como si existieran muchas mónadas mientras que en el reino mineral sólo había una. En el reino animal la mónada se “divide” todavía más en su autoconsciencia, de modo que un foco de tal conciencia (o, podríamos decir, una mónada) se localiza eventualmente en sólo unos pocos cuerpos animales. Finalmente, en el reino humano, la mónada alcanza su nadir, en un proceso llamado “individualización”, y como resultado de lo cual la autoconsciencia de la mónada se conecta con un sólo individuo reencarnante.

Así, los seres humanos son los más fragmentados y aislados seres del universo; las formas de vida que están más conscientes de su separatividad. Ellos son también el punto de inflexión en el proceso de la tercera Oleada de Vida, porque desde el momento en que nos tornamos humanos comenzamos el proceso de evolución para volver a realizar la unidad, estableciendo conexiones con nuestros semejantes. La unidad resultante será, sin embargo, diferente de aquella que comenzó todo el proceso, porque será una unidad consciente, en la cual los varios centros o mónadas serán conscientes simultáneamente de su existencia individual y de su verdadera unidad subyacente. Así, evolucionamos desde la unidad inconsciente, a través de la multiplicidad consciente, de vuelta hacia la unidad, pero consciente.

La mónada espiritual que debe realizarse en el reino humano, es a veces considerada como si estuviera esperando en su plano “elevado”, mientras las formas evolucionan a través de los reinos de vida inferiores—el mineral, vegetal, y animal—para recibirla. Es vista como incubando la vida en esas formas durante largas edades, infundiéndole la voluntad de extenderse y expandirse, habitando en formas crecientemente sensibles, y, de hecho, moldeándolas de acuerdo a sus necesidades. Ésta es la “voluntad de vivir” que se observa a través de toda la naturaleza.

Podemos pensar en la mónada también como un gran rayo de luz que se divide progresivamente en rayos menores, al pasar a través de una serie de obstáculos con muchos agujeros en ellos. Cada nuevo agujero reduce el rayo a medida que la luz pasa por éste. Todos los rayos separados vienen de la misma fuente y comparten la misma naturaleza. Hay una sola luz, pero los obstáculos que esa luz encuentra producen la apariencia de muchos rayos.

Cuando las formas producidas por la segunda Oleada de Vida están lo suficientemente evolucionadas como para tornarse vehículos de la autoconsciencia humana, la luz de la mónada desciende y toma posesión de una forma mental apropiada. La mónada en descenso se encuentra con la ascendente materia mental en desarrollo, que también ha venido evolucionando. Entonces se une a ésta y la fecunda, formando en el punto de unión lo que se denomina el “cuerpo causal”. Este cuerpo causal es el verdadero vehículo de la conciencia humana individual (como se trató en el cap. 4).

Nuestra conciencia humana individual en su cuerpo causal es a veces llamada el “Ego” en los escritos teosóficos, pero dado que el término ego es usado en un sentido muy diferente en la psicología moderna y el lenguaje ordinario, lo llamaremos la “individualidad” o el “ser reencarnante”. Esta individualidad es una extensión de la mónada, así como la personalidad es una extensión de la individualidad. Existe un hilo de continuidad de la conciencia humana desde su aspecto “superior” hasta el “inferior”.


LA INDIVIDUALIZACIÓN Y EL ALMA GRUPO

A veces se formula la pregunta de si “venimos del reino animal”. De lo que se dijo, debería estar claro que no se puede dar una simple respuesta de sí o no a esa pregunta. Mientras que las formas de vida evolucionan desde los reinos “inferiores” a los “superiores”, nuestra autoconsciencia humana es un desarrollo de la autoconsciencia divina que puede pensarse como “descendiendo” en las formas preparadas para ella. Nuestras formas evolucionaron de las de los reinos mineral, vegetal y animal. Nuestra autoconsciencia individual pertenece a la extensión de la conciencia monádica, y tuvo su origen con la formación del cuerpo causal.

La tercera Oleada de Vida puede ser representada como una tromba marina. Es decir, como ese fenómeno que a veces se ve sobre una gran extensión de agua: una columna rotatoria de agua, nubes y viento, en forma túnel, unida a una gran nube en lo alto, y bajando hasta alcanzar una bruma de agua que los vientos arremolinados han levantado de la superficie del lago u océano. La bruma separada de la superficie del agua es como el cuerpo causal separado de las formas mentales en evolución; la gran nube en lo alto es como la mónada en su propia esfera; el túnel arremolinado, formado a partir del agua de abajo y de las nubes de arriba, es como la individualidad, o la mónada encarnada en el cuerpo causal.

Como la tromba marina, la individualidad es producida por el ascenso de la vida inferior y el descenso de la vida divina en respuesta. El proceso de la individualización por medio del cual se origina una entidad reencarnante separada, marca la transición desde la conciencia colectiva relativamente simple del reino animal a la completa autoconsciencia y la formación del alma humana o individualidad. Y aunque esa alma humana individualizada ya no pueda volver al reino animal, es todavía un lejano grito de la completa libertad que es su destino final.

En el reino animal, lo que se llama un “alma grupo” se manifiesta a través de varios cuerpos animales de una especie dada a la vez. La experiencia ganada en los cuerpos animales retorna al alma grupo luego de la muerte de los mismos, para ser compartida por todos los nuevos animales que nazcan de esa alma grupo.

Este proceso es ilustrado por la analogía de un tonel de agua incolora. El agua se divide en un grupo de jarras más pequeñas en las cuales se ponen gotas de pintura de distintos colores. Luego toda el agua retorna al tonel original, donde se mezclan los distintos colores de las pequeñas jarras. Cuando el agua del tonel se distribuye a las pequeñas jarras nuevamente, parte de todos los colores están presentes en cada una. Si el proceso se repite una y otra vez, adicionando colores similares con pequeñas variaciones, el resultado será una intensificación de aquellos colores en toda la solución.

En un modo muy similar, experiencias repetidas continuamente y guardadas en el alma grupo animal crean los instintos heredados de sus miembros. Así, el patito recién nacido sabe instantáneamente que el agua es su hábitat natural. O un ave, criada artificialmente, sabe cómo hacer un nido sin haber visto uno nunca. Los animales están separados físicamente pero están conectados con, y de hecho son idénticos a, los otros miembros de su grupo en los planos internos. El biólogo Rupert Sheldrake ha postulado la teoría de los “campos morfogenéticos” por los cuales los miembros de una especie comparten lo que los miembros individuales aprenden. Ésta es otra forma de hablar de las almas grupo.

En las formas inferiores de la vida animal (tales como los gusanos), un alma grupo encarna en una gran cantidad de cuerpos animales a la vez. En formas más avanzadas (tales como las abejas) el alma grupo tiene menos encarnaciones (tal vez sólo una colmena). Pero en formas superiores (tales como los elefantes) la misma alma grupo encarna sólo en pocos cuerpos animales. El alma grupo animal se mueve lenta pero inevitablemente hacia la individualización.


LA EVOLUCIÓN HUMANA

El progreso evolutivo a través de los reinos inferiores hacia la meta de la humanidad es automático, no autoconsciente, y por lo tanto extremadamente lento. Sin embargo, una vez que el reino humano es alcanzado, el progreso individual es auto-dirigido. Aquí también puede ser lento al principio porque la autoconsciencia recientemente formada es débil y la mónada aún no ha aprendido a manejar sus vehículos. Pero este proceso se acelera gradualmente a medida que la conciencia individual crece y se expande a través de muchas encarnaciones físicas con los períodos intermedios de descanso y asimilación de las lecciones aprendidas.

Así, la entrada en el reino humano es un gran paso hacia adelante en responsabilidad en el viaje evolutivo. La individualidad asciende gradualmente, paso a paso, lenta y penosamente aprendiendo una lección tras otra en la escuela de la vida. La inteligencia se despierta bajo el estímulo del deseo, fortalecida por el recuerdo de su gratificación. Gradualmente aprendemos que vivimos en un mundo de leyes naturales, experimentando placer cuando esas leyes son obedecidas y dolor cuando no se les presta atención. Grandes Instructores, quienes están tan adelante nuestro en la evolución como nosotros lo estamos de los animales superiores, también vienen de era en era para auxiliarnos en nuestro desarrollo, y ayudarnos a distinguir entre lo recto y lo incorrecto, es decir, entre lo que es sabio porque fluye a favor de la corriente de evolución, y lo que es poco inteligente porque no se mueve en esa dirección, sino en forma contraria. Ellos hacen esto, en parte, presentándonos los principios fundamentales de la Tradición de Sabiduría que llamamos Teosofía.

Se dice que el método por el cual evolucionan los seres humanos es a través de las oportunidades de ganar experiencias en distintas culturas y variantes genéticas de nuestra especie. Tales grupos diversos, en parte genética y en parte culturalmente, se denominan en la literatura teosófica “razas raíces” y “sub-razas”. Ellos son nuestros medios de desarrollo de las varias cualidades que necesitamos para la completa realización de nuestro potencial, porque cada grupo genético y cultural provee experiencias que son lecciones a ser aprendidas. Estas “razas raíces” y “sub-razas” no son las “razas” en el sentido en que este término es popularmente usado, sino más bien grandes etapas evolutivas en nuestra historia a través de los eones. Lo que usualmente llamamos “razas” son variaciones menores, físicas y culturales, de la especie humana. Las “razas raíces” y “sub-razas” son grandes variaciones en la historia social y biológica de nuestro género.

Incluso las variaciones genéticas y culturales menores de nuestra especie son, sin embargo, útiles para nuestro aprendizaje. Nacemos en muchas “razas” para aprender lecciones específicas provistas por los diferentes tipos de cuerpos y medioambientes. Cada nación y cada cultura tienen una lección especial que enseñar a los individuos que encarnan en éstas, como también una contribución que hacer a la civilización como un todo. Grecia, por ejemplo, le dio al mundo el mensaje de la belleza y la lógica, Roma el de la ley y LA organización, China el de la armonía, India el de la unidad en la variedad, etc.

La individualidad encarna en varias culturas del mismo modo que un estudiante cursa varias materias en la escuela. A veces encarna en un cuerpo de mujer para aprender las lecciones de la feminidad; a veces en un cuerpo de hombre para aprender las lecciones de la masculinidad. Se necesita de la experiencia en muchos cuerpos de ambos sexos y en muchas culturas antes que la meta de totalidad pueda ser alcanzada. Para comprender la vida, debemos experimentarla en toda su variedad.


LOS SIETE RAYOS

Una de las formas en que la variedad de la vida se manifiesta es denominada bajo el término los Siete Rayos. Estos Rayos son siete energías cósmicas primordiales, presentes desde el comienzo de un universo manifestado, y energizando todo en él, incluyéndonos a nosotros. El término “Rayo” es una metáfora que compara las siete energías primordiales con las siete longitudes de onda de la luz. Juntas, estas siete longitudes de ondas conforman la luz blanca
o incolora que irradia del sol. Del mismo modo, las siete energías primordiales juntas conforman el rayo original de energía que dio origen al universo. Y así como todas las siete longitudes de onda son inherentes a cada haz de luz, así también las siete energías primordiales son inherentes a cualquier energía que subyace la materia y la conciencia.

Seis de los Rayos forman tres grupos contrastantes, con un séptimo que media entre ellos. Estos se corresponden con los siete principios del ser humano y del universo. Sólo podemos caracterizarlos breve e inadecuadamente como sigue:

1er Rayo: La energía actuando espontánea, voluntaria y libremente, dirigida desde adentro. Se corresponde con el sentido de Ser, llamado Atma en sánscrito.

7mo Rayo: La energía actuando formalmente, con disciplina y hábito, siguiendo un patrón. Se corresponde con el doble etérico, el modelo o patrón para el cuerpo y la personalidad.

2do Rayo: La energía de relacionarse uno con otro en un mismo nivel, como los nudos en una red, reconociendo la subyacente unidad y equidad de todos los seres. Se corresponde con buddhi, la intuición o conciencia de las cosas tal como son.

6to Rayo: La energía de relacionarse uno con otro como unidades en una jerarquía, en la cual cada miembro tiene el deber de seguir a algunos y de guiar a otros, en una relación de obligación y responsabilidad. Se corresponde con nuestro ser emocional, la devoción y el deseo de cuidar.

3er Rayo: La energía de descubrir cómo usar el conocimiento para mejorar el mundo y a nosotros mismos, y de descubrir el propósito del vivir. Se corresponde con el principio causal en nosotros, la “mente superior”.

5to Rayo: La energía de descubrir el mundo a nuestro alrededor, de comprender cómo funcionan las cosas y, por lo tanto, aprender a controlar nuestro medioambiente. Se corresponde con la “mente inferior”, la mente de deseos o kama-manas.

4to Rayo: La energía de balancear y armonizar los opuestos aparentes, de sintetizar una tesis con su antítesis, de crear un bello orden (cosmos) a partir del conflictivo desorden (caos). Se corresponde con la energía vital en nosotros, es decir, la vida como nuestro poder mediador interno.

Cada persona y cada cosa tienen las siete energías, al menos en una forma potencial. Pero varias de las energías son dominantes por sobre las otras en individuos, personas, y objetos particulares. El objetivo de la evolución, sin embargo, es tener los siete tipos de energía completamente desarrollados y mutuamente integrados.

“¿Cuál es el propósito de la vida?” La respuesta es que su propósito es el desenvolvimiento de un número incontable individuos, completamente desarrollados y espiritualmente autoconscientes, que no  existían como almas conscientes al comienzo del universo, y que reconocen tanto su propia individualidad como su unidad  fundamental. Esta respuesta está expresada en el dicho: “Dios duerme en el mineral, sueña en el vegetal, despierta en el animal, se torna autoconsciente en la humanidad, y universalmente consciente en el Cristo o Yo Superior de todos los seres.” El propósito de la vida es descubrir quiénes somos, conocernos a nosotros mismos, y reconocernos como expresiones integradas de la unidad.


 

 



REFERENCIAS PARA LECTURA O CONSULTA SUPLEMENTARIA

-Material disponible en inglés

Algeo, The Seven Rays (DVD).

Barborka, The Divine Plan; y The Story of Human Evolution.

Ellwood, Theosophy, cap. 2 “Universes, Solar Systems, Worlds.”
Hodson, The Seven Human Temperaments.

Layton, Life, Your Great Adventure, caps. 1 “Divine Plan in a Chaotic World” y 4 “Life Unfolding in Matter.”


McDavid, An Introduction to Esoteric Principles, caps. 2 “First Principle” y 4 “Evolution”.

Nicholson, Ancient Wisdom—Modern Insight, parte I “The Many-Faceted One” y cap. 12 “Progressive Development.”
 


-Material disponible en español

VBA, Sendero Iniciático

AAB-DK, Los Siete Rayos

Blavatsky, Compendio de La Doctrina Secreta, tomo 1, “Cosmogénesis”.

Pearson, El Espacio, el Tiempo y el Yo, parte 4 “La Ilusión del Tiempo.”

Powell, El Sistema Solar, cap. 8 “Las Oleadas de Vida”. 
 

Curso de Teosofía - Rama Rakoczy (España)

Biblioteca Teosófica  | Glosario Teosófico HPB  |  Glosario Esotérico AAB


PREGUNTAS PARA CONSIDERACIÓN


1. ¿Piensas que el universo es regido por el azar, o por leyes naturales? ¿Qué evidencia existe para apoyar dichas opiniones?

2. ¿Cuál es el propósito de la vida según lo postula la Teosofía? ¿Ves algún otro modo de considerar dicho propósito?

3. Las enseñanzas teosóficas sobre evolución difieren en dos importantes aspectos con las ofrecidas por la ciencia física. ¿Cuáles son?

4. Explica qué significan los términos teosóficos (a) involución y (b) evolución.

5. ¿En qué sentido la vida y la forma evolucionan paralelamente? ¿Qué evidencia existe para mostrar que la mente o conciencia evoluciona así como lo hacen la forma y la materia?



6. ¿Qué significan las Tres Oleadas de Vida? ¿Con qué contribuyen cada una a la evolución?

7. ¿Los seres humanos se desarrollaron a partir de los animales? Explica.

8. ¿Cuál es el punto de vista teosófico respecto de (a) la individualización y (b) el alma grupo?

9. Da una explicación del instinto innato; aquello que sabemos sin que se nos haya enseñado.

10. ¿Puedes ver un plan en la evolución humana? ¿Cuál es?

11. ¿Cuál es el valor práctico de estas ideas en la vida diaria?


 

Capítulos

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Caminante son tus huellas
el camino nada más;
caminante no hay camino
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino
sino estelas sobre el mar.

Red Iberoamericana de la Voluntad al Bien y la Buena Voluntad

Quetzal como representante del puente entre el aguila del norte y el condor del sur. El Quetzal es intercambiable con el símbolo de Quetzalcóatl-Kukulcan, el Avatar de Venus.

 

 

 

2009-08-04