LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

http://www.sociedadteosofica.es/Libros/Blavatsky_ClaveTeosofia.pdf

por

H.P.B.

 


EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B. a todos sus discípulos para que aprendan y puedan enseñar a su vez


Capítulo IX

 

KÂMA–LOKA Y DEVACHÁN DEL DESTINO DE LOS “PRINCIPIOS” INFERIORES

 

PREG. Habéis hablado del Kâma–loka. ¿Qué es?

TEÓS. Cuando muere el hombre, sus tres principios inferiores lo abandonan para siempre; es decir: el cuerpo, la vida y el vehículo de esta última, el cuerpo astral o doble del hombre viviente. Entonces sus otros cuatro principios –el principio central o medio (el alma animal o Kâma–Rûpa), con lo que se ha asimilado del Manas inferior, y la Tríada superior, se encuentran en Kâma–loka. Ésta es una localidad astral, el limbus de la teología escolástica, el Hades de los antiguos y, estrictamente hablando, una localidad sólo en un sentido relativo. No tiene área definida, ni tampoco límite, pero existe dentro del espacio subjetivo, es decir, fuera del alcance de nuestras percepciones sensoriales. Existe, sin embargo; y allí es donde los eidolons astrales de todos cuantos seres han vivido, inclusive los animales esperan su segunda muerte. Viene esta última, para los animales, con la desintegración y la completa desaparición de sus partículas astrales. Principia para el eidolon humano, cuando la Tríada Atma–Buddhi–Manásica “se separa” de sus principios inferiores,

o sea del reflejo de la personalidad que fue, al entrar en el estado devachánico.

PREG. ¿Y qué sucede después?

TEÓS. Entonces el fantasma kama–rúpico, privado de su principio pensador, y el Manas superior, del aspecto inferior de este último, no recibiendo ya la inteligencia animal luz alguna de la mente superior, y sin cerebro físico para poder obrar, desaparece.

PREG. ¿De que modo?

TEÓS. Cae en un estado semejante al de una rana cuando el vivisector la priva de ciertas partes de su cerebro. Ya no puede pensar, ni aun en el plano animal más inferior. No es ni siquiera el Manas inferior, puesto que este “inferior” no es nada sin el “superior”.

PREG. ¿Es esta no entidad la que vemos materializarse con los médiums, en las sesiones espiritistas?

TEÓS. Precisamente. Es una no entidad verdadera sólo respecto de las facultades que raciocinan y reflexionan; pero todavía es una entidad, si bien astral y fluídica, como ha sido demostrado en algunos casos en que atraída magnética e inconscientemente hacia un médium, revive por algún tiempo y vive en él por procuración, por decirlo así. Este “fantasma” o Kâma–Rûpa puede compararse con el pez jalea, que tiene una apariencia gelatinosa etérea mientras está en su propio elemento, el agua (el Aura específica del médium); pero que apenas sale de la misma, se disuelve en la mano o en la arena, especialmente al sol. El Kâma–Rûpa vive en el aura del médium una especie de vida ficticia; y razona y habla, bien por el cerebro del médium, bien por los de las otras personas presentes. Pero esto nos llevaría demasiado lejos, entrando en terreno ajeno, que no deseo violar. Ciñámonos a nuestro asunto: la reencarnación.

PREG. ¿Qué sucede con esta última? ¿Cuánto tiempo permanece en el estado devachánico el Ego que se encarna?

TEÓS. Según nos enseñan, esto depende del grado de espiritualidad y del mérito o demérito de la última encarnación. El tiempo medio es de diez a quince siglos, como, ya os dije.

PREG. Pero ¿por qué no ha de poder este Ego manifestarse y comunicar con los mortales, como sostienen los espiritistas? ¿Hay alguna razón que se oponga a que una madre se comunique con los hijos que en la Tierra dejó, un marido con su mujer, y así sucesivamente? Confieso que es una creencia en alto grado consoladora, y no me extraña que los que la profesan se resistan tenazmente a abandonarla.

TEÓS. Ni tampoco los obliga a ello nadie, a no ser que prefieran la verdad a la ficción, por “consoladora” que ésta sea. Nuestras doctrinas podrán disgustar a los espiritistas; pero, sin embargo, nada de lo que creemos y enseñamos es, ni con mucho, tan cruel y egoísta como lo que ellos predican.

PREG. No lo entiendo. ¿A qué llamáis egoísta?

TEÓS. A su doctrina del regreso de los espíritus, las verdaderas “personalidades”, según afirman; y os diré por qué. Si el Devachán –llamado “paraíso” si queréis, “lugar de bienaventuranza y felicidad supremas”– es tal lugar de felicidad (mejor dicho estado), la lógica nos dice que no cabe en él el menor sufrimiento, ni la sombra de una pena siquiera. “Dios enjugará todas las lágrimas de los ojos de aquellos que estén en el Paraíso”, leemos en el libro de las promesas. Y si los “espíritus de los muertos” pueden volver y contemplar todo lo que está pasando sobre la Tierra, y especialmente en sus hogares, ¿qué especie de bienaventuranza es la que los espera?

 

POR QUÉ NO CREEN LOS TEÓSOFOS EN LA VUELTA DE LOS ESPÍRITUS PUROS

PREG. ¿Qué queréis decir? ¿En qué se opone esto a su felicidad?

TEÓS. Es muy sencillo. Os pondré un ejemplo. Muere una madre, dejando abandonadas a sus criaturas huérfanas, a quienes adora, y quizás también a un esposo querido. Decimos que su “Espíritu” o Ego, esa individualidad penetrada por completo durante todo el período devachánico, por los más nobles sentimientos que su última personalidad tuvo, es decir, amor hacia sus hijos, compasión por los que sufren, etc., decimos que está entonces enteramente separado de este “valle de lágrimas”; que su felicidad futura consiste en la bendita ignorancia de todas las miserias que ha dejado detrás de sí. Los espiritistas sostienen, por el contrario, que se dan cuenta de ellas tanto o más que antes, porque los “espíritus ven más que los mortales”. Nosotros sostenemos que la dicha en el estado devachánico consiste en la completa convicción de no haber abandonado nunca la Tierra y de que no existe la muerte; que la conciencia post mortem espiritual de la madre la hará sentir y ver que vive rodeada de sus hijos y de todos aquellos a quienes amó; que no faltará un solo detalle que pueda turbar en su estado desencarnado la felicidad más perfecta y absoluta. Niegan este punto rotundamente los espiritistas. Según su doctrina, el desgraciado ser humano ni aun con la muerte se libra de las penas de esta vida. Ni una gota sola del cáliz de amargura y tormentos de la vida escapará a sus labios; y nolens volens, puesto que ahora todo lo ve, ha de apurarlo hasta el fin. Así es que la amante esposa, que durante su vida estaba dispuesta a evitar a su marido las penas, al precio de la sangre de su propio corazón, se halla condenada a ver su desesperación sin poder en modo alguno remediarlo, y a darse cuenta de cada ardiente lágrima que derrama por su pérdida. Peor aún: puede observar que las lágrimas se secan demasiado pronto, y ver junto al padre de sus hijos otra cara querida; ver, a otra mujer en su lugar, reemplazándola en su cariño; condenada a oír a sus hijos, huérfanos, dar el santo nombre de “madre” a una mujer que no siente por ellos más que indiferencia, y contemplar cómo los desatiende, si es que no los maltrata. ¡Según esta doctrina, “la tranquila y dulce ascensión a la vida inmortal” se convierte, sin transición alguna, en un nuevo sendero de sufrimientos mentales! ¡Y, sin embargo, las columnas del Banner of Light, el antiguo órgano de los espiritistas norteamericanos, están llenas de comunicaciones y avisos procedentes de los muertos, los “queridos ausentes”, que escriben para manifestarnos lo muy FELICES que todos son! ¿ Es compatible con la felicidad ese conocimiento de lo que sucede en la Tierra? La felicidad, en tal caso, es igual al castigo más terrible; y la condenación ortodoxa sería un consuelo en comparación.

PREG. ¿Cómo resolvéis este punto con vuestra teoría? ¿Cómo podéis conciliar la teoría de la omnisciencia del alma con su ignorancia acerca de lo que pasa sobre la tierra?

TEÓS. Porque tal es la ley del amor y de la compasión. Durante cada período devachánico, el Ego, omnisciente per se, se reviste, por decirlo así, del reflejo de la personalidad pasada. Acabo de deciros que la florescencia ideal de todo lo abstracto, y, por lo tanto, de todas las cualidades y atributos imperecederos y eternos, como el amor y la misericordia, el amor al bien, a la verdad y a lo bello, que se albergaron en el corazón de la “personalidad” viviente, se adhieren al Ego después de la muerte, y, por consiguiente, le siguen al Devachán. Durante ese tiempo el Ego se convierte en el reflejo ideal del ser humano que existió últimamente en la tierra, y éste no es omnisciente. Si lo fuese, no estaría en el estado que llamamos Devachán.

PREG. ¿Cuáles son vuestras razones para opinar así?

TEÓS. Si queréis una contestación basada estrictamente en nuestra filosofía, os diré, en tal caso, que esto es así porque, fuera de la verdad eterna, ye no tiene ni forma, ni color, ni límites, todo es ilusión (Maya). Aquel que se ha colocado fuera del velo de Maya (como sucede con los Adeptos e Iniciados más elevados) no puede tener Devachán. En cuanto al común de los mortales, su bienaventuranza es completa en el Devachán. Es un olvido absoluto de todo cuanto les causara dolor o pena en su encarnación última, y hasta un olvido del hecho mismo de que existan semejantes sufrimientos. La entidad devachánica vive, durante su ciclo intermedio entre dos encarnaciones, rodeada por todo aquello a que aspiró y deseó en vano, en compañía de todos los que amó en la Tierra. Ha alcanzado la realización de todas las aspiraciones de su alma, y así vive durante largos siglos de una existencia de dicha sin mezcla, que es el premio de sus sufrimientos en la vida terrestre. En una palabra, se baña en un mar de continua felicidad, intercalada tan sólo por sucesos de un grado de felicidad mayor aún.

PREG. ¡Esto es más aún que una ilusión; es una existencia de alucinaciones insanas!

TEÓS. Puede que sea así, desde vuestro punto de vista, pero no desde el de la filosofía. Aparte de esto, ¿no está toda nuestra vida terrestre llena de tales ilusiones? ¿No habéis encontrado nunca hombres y mujeres que viven durante años en un paraíso fantástico? ¿Si averiguaseis que el marido de una mujer por ella adorado, y que se creyese igualmente amada, es infiel a la misma, os atreveríais a desgarrar su corazón y echar por tierra sus doradas ilusiones revelándole la verdad? No lo creo. Repito que ese olvido y alucinación del Devachán, si tal nombre les dais, no son más que una ley misericordiosa de la Naturaleza y estricta justicia. De todos modos, es una perspectiva mucho más halagüeña que la ortodoxa, con su arpa dorada y su par de alas. Creer que “el alma viviente asciende con frecuencia a la celestial Jerusalén, recorriendo familiarmente sus calles, visitando a los patriarcas y profetas, saludando a los apóstoles y admirando al ejército de mártires”, podrá parecer a algunos más piadoso. Sin embargo, es una alucinación de un carácter mucho más ilusorio, porque las madres quieren a sus hijos con amor inmortal, según todos lo sabemos, mientras que los personajes mencionados en la “celestial Jerusalén” son de una naturaleza más dudosa. Pero, sin embargo, mejor aceptaría lo de la “nueva Jerusalén”, con sus calles empedradas a estilo de escaparate de un joyero, que el consuelo de la doctrina despiadada de los espiritistas. Su idea de que las almas intelectuales conscientes de nuestro propio padre, madre, hija o hermano encuentran su felicidad en un “País de estío” (Summer land), que describen (algo más natural, pero exactamente tan ridícula como la “Nueva Jerusalén”), bastaría para hacer perder a uno todo respeto hacía sus “ausentes”. Creer que un espíritu puro puede ser feliz mientras se ve condenado a presenciar los pecados, los errores, la traición y, sobre todo, los sufrimientos de aquellos de quienes está separado por la muerte, y a quienes más quiere, sin poder prestarles auxilio, sería un pensamiento capaz de volvernos locos.

PREG. Algo de verdad encierra vuestro argumento. Confieso que no lo había considerado nunca desde este punto de vista.

TEÓS. Así es; y se necesita ser profundamente egoísta y privado en absoluto del sentido de la justicia retributiva para imaginarse cosa semejante. En el Devachán estamos con los que hemos perdido cuando nos hallábamos en forma material, y mucho, mucho más cerca de ellos, entonces, que cuando estaban vivos. Y esto no es tan sólo una ilusión de la entidad devachánica, como podrán creer algunos, sino una realidad. Porque el puro amor divino no es sólo la flor de un corazón humano, sino que tiene sus raíces en la eternidad. El santo amor espiritual es eterno, y tarde o temprano hace Karma que todos los que se amaron con ese afecto espiritual encarnen una vez más en el mismo grupo de familia. Repetimos que el amor de ultratumba, por más que lo tachéis de ilusorio, tiene un poder mágico y divino, que reacciona sobre los vivos. El amor que el Ego de una madre siente por los hijos imaginarios que ve cerca de sí (al vivir en una felicidad que es tan real para él como cuando se encontraba en la tierra), este amor siempre lo sentirán sus hijos durante su vida. Se manifestará en sueños, y a menudo en diversos acontecimientos, como en protecciones providenciales, porque el amor es un escudo poderoso y no está limitado por el espacio ni el tiempo. Lo que acabamos de decir respecto de esa “madre” devachánica puede aplicarse a las demás relaciones y afectos, excepto los puramente egoístas o materiales. La analogía os sugerirá lo demás.

PREG. ¿No admitís entonces en ningún caso la posibilidad de comunicación de los vivos con el espíritu desencarnado?

TEÓS. Sí; existen dos excepciones a la regla. Tiene lugar la primera excepción, durante los primeros días inmediatamente después de la muerte de una persona, y antes de que entre el Ego en el estado devachánico. En cuanto a que mortal alguno haya obtenido mucho beneficio del regreso del espíritu al plano objetivo, ésa es otra cuestión. Quizá haya ocurrido así en algunos raros casos excepcionales, cuando la intensidad del deseo del moribundo por algún objeto determinado haya forzado a la conciencia superior a permanecer despierta, y por lo tanto fue la individualidad, el “espíritu”, lo que se comunicó. Después de la muerte, el espíritu está ofuscado, deslumbrado, y muy pronto cae en lo que llamamos la “inconsciencia pre-devachánica”.

La segunda excepción corresponde a los Nirmânakâyas.

PREG. ¿Quiénes son éstos? ¿Qué significado tiene ese nombre para vosotros?

TEÓS. Es el nombre dado a aquellos que, si bien han ganado el derecho al Nirvana y al reposo cíclico40,

40. No al Devachán, pues éste es una ilusión de nuestra conciencia, un sueño feliz; y los que son dignos del Nirvana han perdido necesariamente todo deseo, o posibilidad de deseo, de las ilusiones del mundo.

han renunciado, por compasión a la humanidad y a los que dejaron en la Tierra, al estado Nirvánico. Semejantes Adeptos, Santos, o como queráis llamarlos, considerando como un acto de egoísmo el reposo en la bienaventuranza, mientras que la humanidad gime bajo el peso de los sufrimientos y de la miseria producidos por la ignorancia, renuncian al Nirvana y resuelven permanecer invisibles en espíritu, en esta tierra. Los Nirmânakâyas carecen de cuerpo material, puesto que lo han abandonado; pero, por lo demás, continúan en la posesión de todos sus principios, hasta en la vida astral de nuestra esfera. Ellos pueden comunicarse y se comunican con unos cuantos elegidos, aunque no seguramente con los médiums ordinarios.

PREG. Os hice la pregunta acerca de los Nirmânakâyas porque he leído en algunas obras alemanas y otras que éste era el nombre dado en las doctrinas buddhistas del Norte a las apariencias terrestres o cuerpos de que se revisten los Buddhas.

TEÓS. Así es; sólo que los orientalistas han confundido ese cuerpo “terrestre”, concibiéndolo como objetivo y físico, en vez de puramente astral y subjetivo.

PREG. ¿Y qué bien pueden hacer en la Tierra los Nirmânakâyas?

TEÓS. No mucho, respecto a los individuos, puesto que no tienen el derecho de intervenir en el Karma, y sólo pueden aconsejar e inspirar a los mortales, para el bien general. Sin embargo, hacen mayor número de acciones benéficas de lo que os imagináis.

PREG. Jamás aceptaría esto la ciencia, ni siquiera la psicología moderna. Para ellas, ninguna porción de nuestra inteligencia puede sobrevivir al cerebro físico. ¿Qué podéis contestar a esto?

TEÓS. No me tomaría ni siquiera el trabajo de contestar, pero diré, sencillamente, con las palabras atribuidas a “M. A. Oxon”: La inteligencia se perpetúa después que el cuerpo ha muerto. Porque no es sólo una cuestión de cerebro… Por lo que ya sabemos, se puede sostener con razón la indestructibilidad del espíritu humano”41.

41. Pág. 69 de Spirit Identity.

PREG. Pero “M. A. Oxon” es espiritista.

TEÓS. Precisamente, y el único verdadero espiritista que conozco, aunque podamos disentir de él en muchas cuestiones de menor importancia. Aparte de esto, ningún espiritista se acerca más que él a las verdades ocultas. Habla constantemente, como lo haría cualquiera de nosotros, “de los peligros exteriores que amenazan al profanador de lo oculto, ignorante y poco preparado, que penetra en su dominio sin calcular el riesgo”42.

42 “Cosa que sé del Espiritismo, y otras que no sé.”

 Nuestra desavenencia estriba únicamente en la cuestión de la identidad del espíritu”. Exceptuando este punto, por mi parte estoy de acuerdo con él, casi por completo, y acepto las tres proposiciones contenidas en su discurso de julio de 1884 más bien este eminente espiritista está en desacuerdo con nosotros, que nosotros con él.

PREG. ¿Cuáles son esas proposiciones?

TEÓS. 1ª Que existe una vida que coincide con la vida física del cuerpo y que es independiente de ésta.

2ª Que, como corolario preciso, esa vida se extiende más allá de los límites de la vida del cuerpo. (Nosotros decimos que se extiende a través de Devachán).

3ª Que existe comunicación entre los que viven en aquel estado de existencia y los habitantes del mundo en que vivimos ahora.

Todo depende, como veis, de los aspectos secundarios de estas proposiciones fundamentales. Estriba tan sólo en el modo de considerar el Espíritu y el Alma, o la Individualidad y la Personalidad. Los espiritistas confunden a ambas en “una sola”; nosotros las separamos, y decimos que, aparte de las excepciones ya enumeradas, no volverá espíritu alguno a visitar la Tierra, aunque sí puede hacerlo el alma animal. Pero volvamos a nuestro presente asunto principal, o sean los skandhas.

PREG. Empiezo ahora a entenderlo mejor. Es la esencia de los skandhas más elevados la que, adhiriéndose al Ego que se encarna, sobrevive y es agregada a la masa de sus experiencias angélicas; mientras que los atributos relacionados con los skandhas materiales, con objetos o motivos egoístas y personales, son los que desaparecen del campo de acción entre dos encarnaciones, para reaparecer en la encarnación subsiguiente, como resultados kármicos que han de ser expiados; y, por consiguiente, el espíritu no abandonará el Devachán. ¿No es esto?

TEÓS. Casi enteramente. Si a ello añadís que la ley de retribución o Karma, que recompensa en el Devachán a los seres más elevados y espirituales, jamás deja de premiarlos de nuevo en la Tierra, dotándolos de un desarrollo más completo, y proporcionando al Ego un cuerpo en armonía con él, entonces tendréis la verdad exacta.

 

UNAS CUANTAS PALABRAS ACERCA DE LOS SKANDHAS

PREG. ¿Qué sucede con los skandhas inferiores de la personalidad, después de la muerte del cuerpo? ¿Son aniquilados por completo?

TEÓS. Lo son y no lo son; otro misterio metafísico y oculto para vos. Son destruidos como material al servicio de la personalidad; permanecen como efectos kármicos, como gérmenes flotando en la atmósfera del plano terrestre, prontos a volver a la vida, cual enemigos vengativos y rencorosos, adhiriéndose a la nueva personalidad del Ego cuando se reencarna.

PREG. Esto excede a mi inteligencia y es muy difícil de entender.

TEÓS. No lo será una vez que hayáis asimilado todos los detalles. Entonces veréis que en cuanto a lógica, consistencia, filosofía profunda, compasión y equidad divinas, esta doctrina de la Reencarnación no tiene igual en la tierra. Es la creencia en un perpetuo progreso para cada Ego que se encarna, o alma divina; es una evolución de lo externo a lo interno, de lo material a lo espiritual, alcanzando al fin de cada etapa la unidad absoluta con el Principio divino. De una fuerza a otra fuerza; de la belleza y perfección de un Plano a la belleza y perfección superiores de otro plano, con accesos a nueva gloria y nuevo conocimiento y poder en cada ciclo, tal es el destino de todo Ego que de este modo se convierte en su propio Salvador en cada mundo y encarnación.

PREG. Pero el Cristianismo enseña lo mismo. También predica el progreso.

TEÓS. Sí; sólo que añadiendo algo más. Nos habla de la imposibilidad de alcanzar la Salvación sin ayuda de un Salvador milagroso; y condena además a la perdición a todos aquellos que no aceptan el dogma. Ésta es, precisamente, la diferencia que existe entre la teología Cristiana y la Teosofía. La primera impone la creencia en el descenso del Ego espiritual al yo Inferior; la segunda inculca la necesidad de esforzarse en la propia elevación hacia el Cristo, o estado de Buddhi.

PREG. ¿No creéis, sin embargo, que enseñar el aniquilamiento de la conciencia, en caso de un fracaso, equivale al aniquilamiento del Yo en opinión de los que no son metafísicos?

TEÓS. Desde el punto de vista de aquellos que creen literalmente en la resurrección del cuerpo, e insisten en que cada hueso, arteria y átomo de la carne surgirán corporalmente en el Día del Juicio, es indudable. Si insistís, además, en que la forma perecedera y las cualidades finitas son las que constituyen al hombre inmortal, difícilmente nos entenderemos. Y si no comprendéis que limitando la existencia de cada Ego a una vida sola en la Tierra, convertís a la Deidad en un Indra sempiternamente ebrio, considerado según la letra muerta Puránica; en un Moloch cruel, en un Dios que produce una confusión: inexplicable en la Tierra, y que además quiere que por ello le demos las gracias: entonces, cuanto antes cortemos esta conversación mejor.

PREG. Pero ya que hemos dejado sentado el asunto respecto a los skandhas, volvamos a la cuestión de la conciencia que sobrevive a la muerte. Éste es el punto que interesa a la mayoría de las personas. ¿Poseemos en el Devachán un conocimiento mayor que en la vida terrestre?

TEÓS. Podemos en un sentido adquirir mayores conocimientos; es decir, podemos desarrollar en más alto grado cualquiera de las facultades que amamos y que nos esforzamos en hacer nuestras durante la vida, con tal que estén relacionadas con cosas abstractas e, ideales, como son la música, la pintura, la poesía, etc., pues el Devachán es tan sólo una continuación idealizada y subjetiva de la vida terrestre.

PREG. Pero si en el Devachán se ve el Espíritu libre de la materia, ¿por qué no posee la completa sabiduría?

TEÓS. Porque, según ya os dije, el Ego está, por decirlo así, unido al recuerdo de su última encarnación. Así es que si reflexionáis acerca de lo que ya os he dicho y enlazáis todos los hechos, veréis que el estado devachánico no es un estado de omnisciencia, sino una continuación trascendente de la vida personal que acaba de concluir. Es el descanso del alma después de las penas de la vida.

PREG. Aseguran, sin embargo, los hombres de ciencia materialistas que con la muerte del hombre todo concluye; que el cuerpo humano se desintegra simplemente en los elementos de que está compuesto, y que lo que llamamos alma es únicamente una conciencia pasajera, hija y producto indirecto de la acción orgánica, que ha de disiparse como el vapor. ¿No es extraño este modo de pensar?

TEÓS. No lo creo tal. Diciendo que la propia conciencia muere con el cuerpo, desde su punto de vista sólo emiten una profecía inconsciente; porque, desde el momento en que están firmemente convencidos de su aserción, no hay para ellos supervivencia posible. No hay regla sin excepción.

 

DE LA CONCIENCIA “POST MORTEM” Y “POST NATUN.” 43

43. Algunas partes de este capítulo y del anterior fueron publicadas en la revista Lucifer bajo la forma de un “Diálogo sobre los Misterios de la Vida Futura”, en el número de enero de 1889. El artículo no llevaba firma, como si fuese escrito por el editor, pero era debido a la pluma del autor del presente volumen.

PREG. Si la Propia conciencia sobrevive a la muerte por regla general, ¿por qué ha de haber excepciones?

TEÓS. En los principios fundamentales del mundo espiritual no es posible excepción alguna. Pero existen leyes para los que ven, y leyes para aquellos que prefieren permanecer ciegos.

PREG. Esto lo comprendo perfectamente. Sólo se trata en este caso de la aberración del hombre ciego, que niega la existencia del Sol porque no lo ve. Mas, después de la muerte, sus ojos espirituales lo obligarán seguramente a ver. ¿Es esto lo que queréis decir?

TEÓS. Ni se lo obligará ni verá nada. Habiendo negado con persistencia, durante la vida, la continuación de la existencia después de la muerte, no podrá verla; porque habiendo sido reprimidas sus facultades espirituales durante la vida, no pueden desarrollarse después de la muerte, y permanecerá ciego. Al insistir en que debe ver, os referís, evidentemente, a una cosa y yo a otra. Habláis del espíritu del Espíritu, de la llama de la Llama (de Âtma, en una palabra), y lo confundís con el alma humana, Manas… Veo que no me comprendéis; trataré de explicarme con toda la claridad posible. El punto capital que encierra vuestra pregunta es saber si tratándose de un materialista completo, es posible la pérdida de la propia conciencia y propia percepción después de la muerte. ¿No es esto? Y yo contesto: es posible. Porque creyendo firmemente en nuestra Doctrina Esotérica, que habla del período post mortem, o intervalo entre dos vidas o nacimientos, como de un estado simplemente transitorio, digo: aunque el intervalo entre dos actos del drama ilusorio de la vida dure un año o un millón de ellos, puede ese estado post mortem, sin quebrantar en nada la ley fundamental, ser precisamente el mismo que el de un hombre en estado de síncope profundo.

PREG. Pero, puesto que acabáis de decir que las leyes fundamentales del estado post mortent no admiten excepciones, ¿cómo puede ser esto?

TEÓS. No digo que admita excepción alguna; mas la ley espiritual de continuidad sólo se aplica a las cosas verdaderamente reales. Para aquel que ha leído y comprendido el Mundakya Upanishad y el Vedanta–Sara, todo esto resulta muy claro. Aun diré más: basta comprender el significado de Buddhi y el dualismo de Manas para entender claramente por qué puede el materialista perder la propia conciencia después de la muerte. Como Manas, en su aspecto inferior, es el centro de la inteligencia terrestre, sólo puede dar aquella percepción del Universo que está basada en la evidencia de esa inteligencia; no puede darnos la visión espiritual. Dice la escuela Oriental que entre Buddhi y Manas (el Ego), o Iswara y Pragna44,

44. Îswara es la conciencia colectiva de la Deidad manifestada, Bramâ, es decir, la conciencia colectiva de la Hueste de los Dhyân Chohans (véase, Doctrina Secreta ); y Pragna es la sabiduría individual de éstos.

no hay más diferencia, en realidad, que la que existe entre un bosque y sus árboles, un lago y sus aguas, según enseña el Mundakya. Un centenar o varios centenares de árboles muertos por falta de vitalidad o arrancados de cuajo no impiden, sin embargo, que el bosque siga siendo un bosque.

PREG. Pero, si lo entiendo bien, Buddhi, en esta comparación, representa al bosque, y Manas–Taijasa45

45. Taijasa significa el radiante, por efecto de su unión con Buddhi; es decir, Manas, el Alma humana, iluminada por la radiación del alma divina. Por consiguiente, Manas–Taijasa puede describirse como la mente radiante, la razón humana iluminada por la luz del espíritu; y Buddhi–Manas es la revelación del intelecto divino plus el intelecto y propia conciencia humana.

a los árboles. Y si Buddhi es inmortal, ¿cómo puede aquello que es semejante al mismo Buddhi, es decir, Manas–Taijasa, perder por completo su conciencia hasta el día de la nueva encarnación? No puedo comprenderlo.

TEÓS. No podéis, porque mezcláis una representación abstracta del todo, con sus cambios de forma accidentales. Tened presente que si puede decirse de Buddhi–Manas que es incondicionalmente inmortal, no puede decirse lo mismo del Manas inferior, y mucho menos de Taijasa, que es meramente un atributo. Ninguno de los dos, Manas ni Taijasa, puede existir separado de Buddhi, el alma divina; porque Manas es en su aspecto inferior un atributo calificativo de la personalidad terrestre, y Taijasa es el mismo Manas, sólo que con la luz de Buddhi reflejada en él. A su vez, Buddhi sólo sería un espíritu personal sin este elemento prestado por el alma humana que lo condiciona y hace de él, en este Universo ilusorio, como si fuese una cosa separada del alma universal, durante todo el período del ciclo de encarnación. Digamos, más bien, que Buddhi–Manas no puede ni morir ni perder en la Eternidad su propia conciencia una ni el recuerdo de sus encarnaciones anteriores, en las que el alma espiritual y el alma humana estuvieron íntimamente ligadas. Mas no sucede así tratándose de un materialista, cuya alma humana no sólo no recibe nada del alma divina, sino que se niega a reconocer la existencia de esta última. Difícilmente podréis aplicar este axioma de la inmortalidad a los atributos y cualidades del alma humana, pues sería lo mismo que decir que porque vuestra alma divina es inmortal, es también inmortal la frescura de vuestras mejillas, cuando esta frescura, lo mismo que Taijasa, es sencillamente un fenómeno transitorio.

PREG. ¿Os referís a que no debemos confundir en nuestra mente el noúmeno con el fenómeno, la causa con su efecto?

TEÓS. Sí; y repito que el resplandor del mismo Taijasa, limitado a Manas o al alma humana sola, se convierte en una mera cuestión de tiempo; porque, después de la muerte, la inmortalidad y la conciencia se convierten, para la personalidad terrestre del hombre, simplemente en atributos condicionados, ya que dependen por completo de las condiciones y creencias creadas por el alma humana misma durante la vida de su cuerpo. Karma obra incesantemente; recogemos después de nuestra vida sólo el fruto de aquello que nosotros mismos hemos sembrado en ésta.

PREG. Si después de la destrucción de mi cuerpo puede encontrarse sumido mi Ego en un estado de inconsciencia completa, ¿dónde tendrá lugar el castigo por los pecados cometidos durante mi vida pasada?

TEÓS. Nuestra filosofía enseña que sólo encuentra el Ego el castigo kármico en su próxima encarnación. Después de la muerte sólo recibe el premio de los sufrimientos inmerecidos que durante su pasada encarnación experimentó46.

46. Algunos teósofos han puesto reparos a esta frase; pero las palabras son del Maestro, y el sentido unido a la palabra “inmerecidos” es el que he dado antes. En el folleto número 6, de la T.P.S. (Sociedad Teosófica de Publicación), se empleaba una frase con la misma idea, de que después se hizo una crítica en el Lucifer. En la forma era desgraciada y se prestaba a la crítica que se hizo de ella; pero la idea esencial era que los hombres sufren a menudo por efecto de las acciones llevadas a cabo por otros; efecto que no forma parte estrictamente de su propio Karma; y, como es natural, merecen la compensación de estos sufrimientos.

Todo el castigo después de la muerte, hasta para un materialista, consiste, por lo tanto, en no recibir recompensa alguna y en la pérdida total de la conciencia de la propia felicidad y descanso. Karma es hijo del Ego terrestre, el fruto de las acciones del árbol que resulta la personalidad objetiva visible para todos, así como el fruto de todos los pensamientos y hasta de los motivos del “Yo” espiritual; pero también es Karma la madre cariñosa y tierna que cura las heridas infligidas por ella durante la vida anterior; sin torturar a aquel Ego causándole nuevos sufrimientos. Si se puede decir que no existe sufrimiento alguno, mental o físico, en la vida de un mortal, que no sea fruto y consecuencia directa de algún pecado cometido en una previa existencia; por otra parte, no conservando el hombre el menor recuerdo de ello en su vida actual, considera que no merece tal castigo y que está sufriendo por un crimen que no ha cometido. Basta esto para que el alma humana tenga derecho al consuelo, descanso y bienaventuranza más completos, en su existencia post mortem. Siempre se presenta la muerte para nuestros Egos espirituales como salvadora y amiga. Para el materialista que a pesar de su materialismo no fue malo, será el intervalo entre las dos vidas semejante al sueño tranquilo y no interrumpido de un niño, bien sea libre enteramente de ensueños o lleno de imágenes de las que no tendrá percepción definida; mientras que para el mortal ordinario será un sueño tan vivo y animado como la vida misma, y lleno de felicidad y visiones reales.

PREG. ¿Entonces el hombre personal siempre continuará sufriendo ciegamente las penalidades en que el Ego incurrió?

TEÓS. No del todo así. En el momento solemne de la muerte, todo hombre, aun cuando la muerte sea repentina, ve trazado ante sus ojos y en sus menores detalles el itinerario de su pasada vida. Durante un corto instante, el ego personal se funde con el Ego individual, omnisciente, formando con éste uno solo. Pero basta ese instante para revelarle toda la cadena de causas puestas en acción durante su vida. Se contempla y comprende entonces a sí mismo, tal cual es, descarnado de toda adulación y propias ilusiones. Lee en su vida cual espectador que dirige la mirada hacia el mundo que está abandonando, y siente entonces la justicia de todos cuantos sufrimientos ha experimentado.

PREG. ¿Sucede esto a todo el mundo?

TEÓS. Sin excepción alguna. Nos enseñan que los hombres muy santos y buenos ven no sólo la vida que están dejando, sino hasta varias vidas anteriores, en que se produjeron las causas que hicieron de ellos lo que eran en la vida que en ese momento abandonan. Reconocen la ley de Karma en toda su majestad y justicia.

PREG. ¿Existe algo que corresponda a esto antes del renacimiento?

TEÓS. Sí. Así como el hombre a la hora de la muerte tiene una visión retrospectiva profunda de la vida que ha llevado, así también el Ego, en el momento de renacer en la Tierra, despertándose del estado de Devachán, tiene una visión previsora de la vida que lo espera, y considera todas las causas que a ella lo han llevado. Se da cuenta y ve el futuro, porque entre el Devachán y el renacimiento es cuando recupera el Ego toda su conciencia manásica, y vuelve a ser por un momento el Dios que era antes de que, en cumplimiento de la ley Kármica, descendiese por primera vez en la materia y encarnase en el primer hombre de carne. El “hilo de oro” contempla todas sus “perlas” y no pierde ninguna de ellas.

 

LO QUE SIGNIFICA EN REALIDAD EL ANIQUILAMIENTO

PREG. He oído a algunos Teósofos hablar de un hilo dorado, en el cual están enhebradas sus vidas. ¿Qué quieren decir con esto?

TEÓS. Dicen los libros sagrados hindúes que lo que está sujeto a la encarnación periódica es el Sutrâtmâ, que significa literalmente el “Alma Hilo”. Es un sinónimo del Ego que se reencarna (Manas unido a Buddhi), que absorbe los recuerdos manásicos de todas nuestras vidas anteriores. Se lo llama así porque del mismo modo que las perlas en un hilo, así están ensartadas en aquel hilo las largas series de vidas humanas. En algunos Upanishad, esos renacimientos repetidos son comparados a la vida de un mortal, que oscila periódicamente entre el sueño y la vigilia.

PREG. Debo decir que no me parece esto muy claro, y voy a explicaros por qué. Para el hombre que se despierta, comienza otro día; mas ese hombre es en cuerpo y alma el mismo que el día anterior; mientras que en cada encarnación tiene lugar un cambio completo, no sólo en la envoltura externa, sexo y personalidad, sino en las capacidades mentales y psíquicas. No me parece muy correcta la comparación. El hombre que se despierta, recuerda claramente lo que hizo la víspera, la antevíspera y hasta meses y años antes. Pero ninguno de nosotros guarda el menor recuerdo de una vida anterior o de cualquier hecho o acontecimiento relacionado con ella… Puedo olvidar por la mañana lo que he soñado durante la noche; pero, sin embargo, sé que he dormido y tengo la seguridad de que he vivido mientras dormía. ¿Pero qué recuerdo puedo tener de mi encarnación pasada, hasta el momento de la muerte? ¿Cómo conciliáis esto?

TEÓS. Algunas personas se acuerdan durante la vida de sus pasadas encarnaciones; pero estas personas son Buddhas e Iniciados. Es lo que los yoguis llaman sammasambuddha, o conocimiento de las series enteras de las propias encarnaciones pasadas.

PREG. Pero ¿cómo podremos nosotros, el común de los mortales, que no hemos alcanzado el sammasambuddha, comprender ese caso?

TEÓS. Estudiándolo y tratando de comprender más exactamente el carácter del sueño y las tres clases del mismo. Tanto para el hombre como para el animal, el sueño es una ley general e inmutable; pero existen distintas clases de sueño, y ensueños y visiones aún más diferenciadas.

PREG. Esto nos aparta de nuestro presente objeto. Volvamos al materialista, que aunque no niega los sueños, porque difícilmente podría hacerlo, rechaza, sin embargo, la inmortalidad en general y la supervivencia de su propia individualidad.

TEÓS. Y tiene razón el materialista, aunque sin darse cuenta de ello. Para aquel que no tiene la percepción interna, la fe en la inmortalidad de su alma, jamás podrá ésta convertirse en Buddhi–Taijasa. Seguirá siendo Manas simplemente y para Manas solo no hay inmortalidad posible. Para poder vivir conscientemente en el mundo futuro ha de creer uno primeramente en aquella vida durante la existencia terrestre. Toda la filosofía relativa a la conciencia e inmortalidad post mortem del alma está basada en esos dos aforismos de la Ciencia Secreta. Siempre es pagado el Ego según sus merecimientos. Empieza para él, después de la disolución del cuerpo un período de completa conciencia, un estado de caóticos ensueños o un sueño enteramente libre de ensueños, semejante al aniquilamiento; y éstas son las tres clases del sueño. Si hallan nuestros fisiólogos la causa de los ensueños y de las visiones en la preparación inconsciente de los mismos durante la vigilia, ¿por qué no se habría de admitir lo mismo respecto a los ensueños post mortem? Lo repito: la muerte es un sueño. Después de la muerte empieza a tener lugar ante los ojos espirituales del alma una representación correspondiente al programa aprendido y que con mucha frecuencia ha sido compuesto por nosotros mismos: la realización práctica de las creencias correctas o de las ilusiones que fueron creadas por nosotros. El Metodista será Metodista; el Musulmán será Musulmán, por algún tiempo al menos, en un paraíso de insensatos, creado según el gusto de cada cual. Tales son los frutos post mortem del árbol de la vida. Nuestra creencia o incredulidad del hecho de la inmortalidad consciente es incapaz, naturalmente, de ejercer influencia alguna sobre la realidad incondicionada del hecho en sí, puesto que existe; pero la creencia o incredulidad en aquella inmortalidad como propiedad de entidades independientes o separadas no puede dejar de prestar color a aquel hecho, en su aplicación a cada una de esas entidades.

¿Empezáis ahora a entenderlo?

PREG. Creo que sí. Rechazando el materialista todo aquello que no puede serle probado por medio de sus cinco sentidos, o por el razonamiento científico, basado exclusivamente en los datos que le pueden proporcionar esos sentidos, a pesar de su insuficiencia, y no admitiendo manifestación espiritual alguna, acepta la vida como la única existencia consciente. Por lo tanto, su vida futura corresponderá a sus creencias. Perderá su Ego personal y se sumergirá en un sueño vacío, hasta un nuevo despertar. ¿No es esto?

TEÓS. Casi. Tened presente la doctrina verdaderamente universal de las dos clases de existencia consciente: la terrestre y la espiritual. Por el hecho de ser esta última habitada por la Mónada eterna, inmutable e inmortal, debe considerarse como real; mientras que el Ego que encarna se reviste de vestiduras enteramente diferentes de aquellas que en sus encarnaciones anteriores llevara, y en las que, a excepción de su prototipo espiritual, todo está sometido a un cambio tan radical, que no deja rastro alguno.

PREG. ¿Cómo es esto? ¿Puede perecer mi “Yo” consciente terrestre no sólo por un tiempo limitado, como la conciencia del materialista, sino tan completamente, que no quede rastro alguno del mismo?

TEÓS. Según nos enseña la doctrina, debe perecer por completo excepto el principio que, habiéndose unido a la Mónada, se ha convertido en esencia espiritual, pura e indestructible, no formando con ella más que uno en la Eternidad. Pero tratándose de un materialista absoluto, en cuyo “yo” personal jamás se ha reflejado Buddhi alguno, ¿cómo ha de llevar este último siquiera una partícula de aquella personalidad terrestre a la Eternidad? El “yo” espiritual es inmortal, mas sólo puede conducir a la Eternidad aquella parte del yo actual que se ha hecho digna de la inmortalidad, esto es, sólo el aroma de la flor tronchada por la muerte.

PREG. Corriente. ¿Pero y la flor o el “yo” terrestre?

TEÓS. La flor, como todas las flores pasadas y futuras que han brotado y brotarán en la rama madre (el Sutrâtmâ), hijas todas de un mismo tronco o Buddhi se convertirá en polvo. Vuestro presente “Yo” no es, como sabéis, el cuerpo que está en este momento delante de mí, ni aun lo que yo llamaría Manas–Sutratma, sino Sutratma–Buddhi.

PREG. Pero esto de ninguna manera me explica por qué llamáis inmortal, infinita y real a la vida que sucede a la muerte, y mero fantasma o ilusión a la vida terrestre, puesto que hasta esa vida post mortem es limitada, aunque sean sus límites mucho más amplios que los de la vida terrestre.

TEÓS. Sin duda. El Ego espiritual del hombre se mueve en la eternidad como un péndulo, entre las horas del nacimiento y de la muerte. Pero si bien esas horas marcan los períodos de la vida terrestre y de la vida espiritual, son limitadas en su duración, y el número mismo de aquellos períodos en la Eternidad, entre el sueño y el despertar, la ilusión y la realidad, tiene su principio y su fin, por otra parte, el peregrino espiritual es eterno. Así que las horas de su vida post mortem, en nuestro concepto, son la única realidad, cuando, desencarnado, se encuentre frente a frente con la verdad y no con las apariencias falaces de sus existencias transitorias terrestres (durante el período de peregrinación que llamamos “el ciclo de renacimientos”). Tales intervalos, a pesar de su limitación, no impiden al Ego continuar perfeccionándose siempre, aunque gradual y lentamente, sin desviarse del camino que conduce a su última transformación, en que el Ego, habiendo alcanzado su objetivo, se convierte en un ser divino. Estos intervalos y etapas ayudan a conseguir el resultado final, en vez de retardarlo; y sin ellos jamás podría el Ego divino alcanzar su meta. Ya me he servido antes de un ejemplo familiar, al comparar el Ego a la individualidad de un actor y sus numerosas y distintas encarnaciones, a los papeles que representa. ¿Consideraríais esos papeles o los trajes apropiados a los mismos como formando la individualidad del actor? El Ego, del mismo modo que el actor, está obligado, durante el ciclo de necesidad, a representar, hasta llegar al umbral de Paranirvâna, muchos papeles que pueden disgustarlo y molestarlo. Pero así como la abeja recoge la miel de cada flor, dejando lo demás para alimento de los gusanos de la tierra, de igual modo obra nuestra individualidad espiritual, ya la llamemos Sutrâtmâ o Ego. Recogiendo de cada personalidad terrestre, en que Karma lo obliga a reencarnarse, sólo el néctar de las cualidades espirituales, y la propia conciencia, forma de todas ellas un todo, y surge de su crisálida como Dhyân Chohan glorificado. Tanto peor para aquellas personalidades terrestres de las que nada haya podido recoger. Semejantes personalidades no pueden, de seguro, sobrevivir conscientemente a su existencia terrestre.

PREG. Según se desprende de lo que decís, para la personalidad terrestre es condicional la inmortalidad. ¿No es la inmortalidad por sí misma incondicional?

TEÓS. De ningún modo. Mas no puede la inmortalidad alcanzar a lo no existente: para todo lo que existe como SAT, o emana de SAT, la inmortalidad y la Eternidad son absolutas. La materia es el polo opuesto del espíritu, y, sin embargo, ambos no forman más que uno. La esencia de todo esto, es decir, el Espíritu, la Fuerza y la Materia, o sea los tres en uno, no tiene fin, como tampoco tiene principio; pero la forma adquirida por esta triple unidad durante sus encarnaciones, su exterioridad, no es, seguramente, más que la ilusión de nuestras concepciones personales. Llamamos solamente realidad, por lo tanto, al Nirvana y a la vida Universal, relegando la vida terrestre, incluso su terrena personalidad, y hasta su existencia devachánica, al fantasmagórico reino de la ilusión.

PREG. ¿Por qué, entonces, llamar en este caso realidad al sueño e ilusión al estado de vigilia?

TEÓS. Es simplemente una comparación, con el objeto de facilitar la comprensión del asunto, y, desde el punto de vista de los conceptos terrestres, es muy correcta.

PREG. No puedo comprender aún; pues si está basada la vida futura en la justicia y la retribución merecida por todos nuestros sufrimientos terrestres, ¿cómo es que al tratarse de los materialistas, entre los cuales se cuentan muchos hombres realmente honrados y caritativos, no ha de quedar nada de su personalidad, excepto el residuo o desecho de la flor marchita?

TEÓS. Jamás se ha dicho cosa semejante. Ningún materialista, por incrédulo que sea, puede morir para siempre, en la plenitud de su individualidad espiritual. Lo que se ha dicho es que, en el caso de un materialista, la conciencia puede desaparecer completa o parcialmente, de manera que no sobrevivan restos conscientes de su personalidad.

PREG. ¡Pero esto es el aniquilamiento!

TEÓS. De ningún modo. Puede uno, durante un largo viaje en ferrocarril, quedarse profundamente dormido y dejar pasar varias estaciones, sin el más ligero recuerdo o conciencia de ello; despertar luego en otra estación y continuar el viaje, pasando por innumerables puntos de paradas, hasta llegar por fin a su término. Os he hablado de tres clases de sueño: el sueño sin ensueños, el caótico y el sueño tan real que al hombre dormido le parecen sus ensueños realidades completas. Si creéis en el último, ¿por qué no podéis creer en el primero? Según la creencia que haya tenido el hombre respecto a la vida futura, y lo que de la misma haya esperado, será lo que le aguarda. Aquel que no haya esperado vida futura alguna, hallará un vacío absoluto, semejante al aniquilamiento, en el intervalo que media entre los dos renacimientos. Éste es, precisamente el cumplimiento del programa de que hablamos; programa trazado por los mismos materialistas. Mas, como decís muy bien, existen varias clases de materialistas. Un hombre egoísta y perverso, que jamás haya vertido una lágrima por nadie, sino por sí mismo, uniendo a su incredulidad una indiferencia completa por el mundo entero, debe, a las puertas de la muerte, perder para siempre su personalidad. Careciendo esa personalidad de lazos de simpatía que la unieran al mundo que la rodeaba, y sin nada, por tanto, que dar al Sutrâtmâ, resulta que toda relación entre ambos queda rota con el último suspiro. No existiendo Devachán alguno para un materialista de esta especie, se reencarnará el Sutrâtmâ casi inmediatamente. Pero los materialistas que, a excepción de su incredulidad, en nada hayan faltado, sólo dejarán pasar una estación durante su sueño, y vendrá el tiempo en que el ex materialista se reconocerá a sí mismo en la Eternidad, y en que se arrepentirá quizás de haber perdido un solo día, una sola estación de la vida eterna.

PREG. ¿No sería, sin embargo, más correcto decir que la muerte es el nacimiento a una nueva vida o un nuevo regreso a la eternidad?

TEÓS. Podéis decirlo así, si os agrada. Tened en cuenta, solamente, que los nacimientos difieren; y que hay nacimientos de seres que mueren al nacer y son fracasos de la Naturaleza. Además, en vuestras ideas fijas occidentales sobre la vida material, las palabras “ser” y “viviente” son enteramente inaplicables al puro estado subjetivo de la existencia post mortem. Precisamente porque los filósofos, excepto algunos pocos no leídos por la mayoría de las personas, se ven ellos mismos desconcertados para poder trazar un cuadro claro y formal de ello, y precisamente porque vuestras ideas occidentales acerca de la vida y de la muerte se han hecho tan estrechas y mezquinas, es por lo que os veis conducidos al materialismo craso, por una parte, y por otra al concepto más material aún de la otra vida, formulado por los espiritistas en su “País de estío” (Summer–land), donde las almas de los hombres comen, beben, se casan y viven en un paraíso tan sensual como el de Mahoma, y aun menos filosófico. Tampoco son mejores la generalidad de los conceptos de los Cristianos sin cultura, sino más materiales aún si cabe; pues con sus ángeles incompletos, sus trompetas de metal, sus arpas doradas y su fuego material del infierno, se parece el cielo Cristiano a una escena de magia en una pantomima de Navidad. La causa de la dificultad que encontráis en comprender estas ideas consiste en esos conceptos mezquinos. Justamente porque la vida del alma desencarnada, aunque posee toda la lucidez de lo real, como sucede en ciertos sueños, carece de toda forma, rosera objetiva de la vida terrestre, es por lo que la han comparado los filósofos orientales a las visiones durante el sueño.

 

PALABRAS DEFINIDAS PARA COSAS DETERMINADAS

PREG. ¿No creéis que la confusión de ideas que reina en nuestra mente acerca de las respectivas funciones de los “principios” consiste en que no existen términos fijos y definidos para indicar cada “principio”?

TEÓS. Tal ha sido también mi pensamiento. La confusión ha nacido de que hemos expuesto y discutido esos “principios” empleando sus nombres sánscritos, en vez de inventar inmediatamente sus equivalentes en inglés, para uso de los teósofos. Hemos de tratar de remediar ahora esta falta.

PREG. Haréis bien, porque podrá evitarse mayor confusión en adelante. Hasta ahora, me parece que no se encuentran dos escritores teosóficos que estén de acuerdo en dar a un mismo “principio” el mismo nombre.

TEÓS. La confusión, sin embargo, es más aparente que real. He oído a algunos teósofos expresar su sorpresa al hablar de esos “principios” y criticar varios escritos que tratan de los mismos; pero, cuando se los examina detenidamente, el único error que se encuentra es el de emplear la palabra “alma” para comprender tres principios, sin especificar las diferencias. El primero, y sin duda alguna el más claro de nuestros escritores teosóficos, el señor A. P. Sinnett, ha escrito admirablemente algunos pasajes acerca del “Yo Supremo”47,

47. Transacciones de la London Lodge de la Sociedad Teosófica, núm. 7, octubre, 1885.

y también ha sido su verdadero pensamiento mal interpretado por algunos, por emplear la palabra “alma” en sentido general. Sin embargo, he aquí algunos trozos que os demostrarán cuán claro y comprensible es todo cuanto escribe sobre este punto:

“El alma humana, una vez lanzada en las corrientes de la evolución como individualidad humana48,

48. El “ Ego que se reencarna” o alma humana, como él lo llamaba (el Cuerpo Causal para los vedantinos).

atraviesa por períodos alternados de existencia física y de existencia relativamente espiritual. Pasa desde un plano o condición de la naturaleza a otro, bajo la dirección de sus afinidades kármicas. Viviendo en sus encarnaciones la vida que su Karma le tiene de antemano preparada; modificando su progreso dentro de los límites de las circunstancias, y desarrollando nuevo Karma por medio del uso o abuso de sus oportunidades, vuelve a la existencia espiritual (Devachán), después de cada vida física, pasando por la región intermedia de Kâma–loka, para el descanso y absorción gradual en su esencia, como progreso cósmico de la experiencia de la vida adquirida “sobre la Tierra” o durante la existencia física. Este punto de vista habrá sugerido además muchas inferencias colaterales a cualquiera que haya pensado en este asunto; como por ejemplo, que la transferencia de este progreso de la conciencia, desde el Kâma–loka al período Devachánico, habrá de ser necesariamente gradual49;

49. La duración de esta “ transferencia “ depende, sin embargo, del grado de espiritualidad de la ex-personalidad del ego desencarnado. Para aquellos cuyas vidas fueron muy espirituales, esa transferencia, aunque gradual, es muy rápida. La duración es mayor tratándose de los que están inclinados a la materia.

que, en realidad, ninguna línea de demarcación separa la variedad de las condiciones espirituales; que hasta los planos espirituales físicos no están tan absolutamente separados uno del otro como pretenden las teorías materialistas, pues lo demuestran las facultades psíquicas de los seres vivientes; que todos los estados de la Naturaleza nos rodean simultáneamente y apelan a facultades perceptivas distintas, y así sucesivamente… Claro está que, durante la existencia física, las personas que poseen facultades psíquicas siguen en relación con los planos de la conciencia superfísica, y aunque muchas pueden carecer de tales facultades, todos somos capaces, como lo demuestran los fenómenos del sueño y especialmente los del sonambulismo o mesmerismo, de entrar en ciertas condiciones de conciencia con las que nada tienen que ver los cinco sentidos físicos. Nosotros, las almas que están en nosotros, no flotamos, por decirlo así, a la ventura sobre el Océano de la materia. Conservamos un interés, o derechos bien marcados, en la costa de la cual nos hemos alejado por algún tiempo; el proceso de la encarnación, por lo tanto, no se describe con toda exactitud cuando hablamos de una existencia alternada sobre los planos físicos y espirituales, y representamos de este modo al alma como una entidad completa que pasa toda ella de un estado de existencia a otro. Las definiciones más correctas del procedimiento representarían probablemente. la encarnación como teniendo lugar en este plano físico de la Naturaleza, por efecto de un efluvio que emana del alma. El reino espiritual siempre sería la verdadera morada del alma, la cual no lo abandonaría jamás por completo; y aquella parte no materializable del alma, que vive permanentemente en el plano espiritual, puede quizá llamarse correctamente el Yo Supremo.”

Este “Yo Supremo” es Âtma, y por supuesto, como dice el señor Sinnett, no es “materializable”. Diré más aún: jamás puede ser en circunstancia alguna “objetivo”, ni siquiera para la percepción espiritual más elevada. Porque Âtma o el “Yo Supremo”, es en realidad Brahma, el ABSOLUTO, e indistinguible de éste. En los momentos de Samâdhi, la más elevada conciencia espiritual del Iniciado se absorbe por completo en la esencia ÚNICA, que es Âtma, y, por consiguiente formando uno solo con el todo, nada objetivo puede haber para ella. Algunos de nuestros teósofos han tomado la costumbre de emplear las palabras “Self”, “Yo” y “Ego” como sinónimos, y de asociar el término “SeIf” con el Ego más elevado individual o con el yo personal del hombre, cuando nunca debiera aplicarse ese término, excepto refiriéndose al Self (Yo) Único y Universal. De ahí la confusión. Hablando de Manas (el “Cuerpo Causal”), podemos llamarlo, cuando lo relacionamos con el resplandor Búddhico, el “Ego Superior”; jamás el “Self o Yo Supremo”. Porque Buddhi mismo, el “alma espiritual”, no es el SELF, sino tan sólo el vehículo del SELF. Todos los demás Selfes (Yoes), como el Self o “Yo Individual” y el Self o Yo “personal”, jamás debieron pronunciarse o escribirse sin sus adjetivos calificativos y característicos.

En ese excelente escrito sobre el “Yo Supremo” se aplica este término al SEXTO principio o Buddhi (en unión, por supuesto, con Manas, ya que sin esa unión no habría principio o elemento pensante en el alma espiritual); y esto ha dado lugar a errores. El declarar que “no adquiere un niño su sexto principio –o que no se convierte en un ser moralmente responsable capaz de engendrar Karma– hasta la edad de siete años”, prueba lo que se quiso decir con la expresión “Higher Self” (Yo Supremo). El distinguido autor queda, por lo tanto, perfectamente justificado cuando explica que después que lo que él llama Yo Supremo ha encarnado en el ser humano y ha saturado la personalidad (en los seres más refinados) con su conciencia, “pueden las personas dotadas de facultades psíquicas percibir ese Yo Supremo de vez en cuando, por medio de sus sentidos interno más exquisitos”. Pero también están “justificados” los que no lo comprenden porque limitan el término Yo Supremo al Principio Divino Universal. Porque cuando, sin estar bien preparados para esta confusión de términos metafísicos, leemos50

50. “Confusión de términos metafísicos” se aplica aquí únicamente al cambio de equivalentes, traducidos de las expresiones Orientales; hasta hoy día jamás han existido semejantes términos en inglés, por lo que cada teósofo ha tenido que crear sus propios términos para expresar su idea. Ya es tiempo, por lo tanto, de fijar una nomenclatura definitiva.

que mientras “el Yo Supremo se manifiesta por completo en el plano físico, continúa siendo un Ego espiritual consciente en el correspondiente plano de la Naturaleza, nos inclinamos a ver en el Yo Supremo” de esa frase a “Âtma”; y a “Manas”, o mejor dicho, a Buddhi–Manas, en el citado “Ego espiritual”. En consecuencia, podemos tachar de incorrecto todo ello.

Para evitar en adelante esos errores, mi idea es traducir literalmente los equivalentes de los términos ocultos orientales, y proponer que se empleen en lo sucesivo.

El Yo Supremo es:

Âtma, el rayo inseparable del YO UNO y Universal. Es el Dios que esta por encima mas bien que dentro de nosotros. ¡Feliz el hombre que logra saturar de el su Ego Interno!

El Ego Espiritual divino es:

El alma Espiritual o Buddhi, íntimamente unida con Manas, el principio de la mente, sin el cual no es Ego alguno, sino puramente el Vehículo Âtmico.

El Ego Interno o Yo Superior es:

Manas , el “quinto” principio, así llamado independientemente de Buddhi. El Principio de la Mente solo es el Ego Espiritual cuando se ha hecho uno con Buddhi; y no se le supone a ningún materialista semejante Ego, por grandes que sean sus capacidades intelectuales. Es la Individualidad permanente o “Ego que se reencarna.”

 El Ego Inferior o Yo Personal es:

El hombre físico en unión con su yo inferior, es decir, los instintos animales, las pasiones, los deseos, etc. Es llamado la “falsa personalidad”, y se compone del Manas inferior, combinado con Kâma–Rûpa, que obra por medio del cuerpo físico y su fantasma o doble.

 El “principio” restante, Pranâ o la “Vida”, es, estrictamente hablando, la fuerza radiante o energía de Âtma –considerado como la Vida Universal y YO ÚNICO–, su aspecto inferior, o mejor dicho, en sus efectos, más físico, porque, en su aspecto manifestado, Pranâ o la Vida compenetra el ser entero del Universo objetivo; y es llamado “ principio” sólo porque es un factor indispensable, y el deus ex machina del hombre viviente.

PREG. Esta división tan simplificada en sus combinaciones, creo responderá mejor a la idea; la otra es demasiado metafísica.

TEÓS . Si tanto los profanos como los teósofos quisiesen aceptarla, resultaría, ciertamente, mucho más fácil de comprender.

          

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TEOSOFIA: Curso de Estudio Introductorio

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Recapitulación


Caminante son tus huellas
el camino nada más;
caminante no hay camino
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino
sino estelas sobre el mar.

Red Iberoamericana de la Voluntad al Bien y la Buena Voluntad

Quetzal como representante del puente entre el aguila del norte y el condor del sur. El Quetzal es intercambiable con el símbolo de Quetzalcóatl-Kukulcan, el Avatar de Venus.

 

 

 

2011-02-24